'House'
Actualizado: GuardarCuatro despidió esta semana la primera temporada de House, su serie de los martes noche, que ha dejado una estela de comentarios admirados y unas cifras de audiencia muy notables: más de dos millones y medio de espectadores en su capítulo final, números que para Cuatro equivalen a la gloria. Las historias del intolerable doctor Gregory House han ganado, en efecto, muchos adeptos, pero es que, además y sobre todo, tienen que ser vistas como una formidable lección de arte televisivo, como una verdadera obra -más que como un simple «producto»- que le devuelve a uno la confianza (ya que no la fe) en las posibilidades de la televisión. Casi todo en House es excelente: el ritmo de los relatos, el agilísimo guión, el ingenio de los parlamentos, el retrato de la sociedad, la mirada sobre la profesión médica y la situación del paciente en el actual sistema sanitario, las preguntas sobre las cosas más profundas de la vida, y eso por no hablar de sus virtudes propiamente escénicas, como las interpretaciones, que son de quitarse el sombrero.
Puntuar una teleserie con un diez es algo tan poco usual que conviene tocar campanas cuando por fin sucede. Además, esta semana, en el episodio doble de despedida, tuvimos no sólo un diez, sino matrícula de honor y beca perpetua. El penúltimo episodio de esta primera temporada, Tres historias, fue muy premiado en los Estados Unidos y, verdaderamente, uno entiende por qué. Es un impresionante ejercicio de barroquismo narrativo que juega con el tiempo y el espacio, ofreciendo ora simultáneamente, ora sucesivamente, la evolución de tres casos médicos distintos a partir de un diagnóstico inicial común -lesiones en una pierna- y de un escenario único que es el aula donde House explica estas tres historias a unos estudiantes.
Cuando el espectador entra en el juego, el guión le conduce de un caso a otro en un auténtico alarde de imaginación, superponiendo las historias y aderezándolas con buenos toques de humor, como la aparición, casi paródica, de la neumática Carmen Electra. Pero lo mejor es el desenlace: el intrincado armazón del relato no tiene otra finalidad que contarnos, en una especie de imposible elipse doblada sobre sí misma, por qué House está cojo, cómo perdió la movilidad de su pierna y, de paso, nos introduce en el pasado sentimental del protagonista, pasado que retorna para cerrar la temporada en el capítulo final y abrirnos a la reanudación de la historia. Después de ver esto, lo único que el espectador puede hacer es levantarse y aplaudir, quizá con emocionadas lágrimas en los ojos, porque el esfuerzo empleado para fabricar un relato como este es digno de una obra maestra. Como se hacía antes en los teatros, ¿sería posible pedir un bis?