Los novilleros Morilla y Sandra Moscoso debutan con éxito con picadores
Actualizado: GuardarPor fin la climatología guardó en el zurrón de sus despropósitos el cárdeno toldo de nubes y chubascos y tendió, esta vez, su áurico manto de luz y de sol sobre el albero sanluqueño. Por fin, pues, pudieron hacer el paseíllo las tres jóvenes promesas provinciales, que desde rincones con tan rancia tradición taurina como El Puerto, Algeciras y Jerez, vinieron acompañados de sus correspondientes cohortes de seguidores.
Para Morilla, que está próximo a tomar la alternativa, y para Barberá y Moscoso, que debutaban con picadores, se anunció un encierro de Toros de la Plata que, aunque bien presentado, no resplandeció su juego como auguraría el argentífero metal que los enuncia. Antes al contrario, la novillada se caracterizó por su falta de fuerza y de poder, su sosería y, eso sí, su nobleza. Salvo el sexto, que presentó un peligro sordo y que nunca estuvo metido en el engaño que gallarda y decididamente le presentaba Sandra Moscoso. Tras derribar en varas y provocar momentos de confusión y desorden en la lidia, llegó a la muleta con clara tendencia a salir suelto y a buscar la huida de la pelea. Aunque se afanara la jerezana en fijarlo en su franela, el burel seguía a su aire con la cabeza a media altura. Hasta que en una de sus acometidas distraídas y destempladas, arrolló violentamente a Sandra. Se incorporó ilesa, con el ánimo enrabietado y con el terno y la mejilla cubiertos de amapolas de la sangre bovina. Despachó a su enemigo de media estocada, en cuyo embroque, volvió ser volteada con aparatosidad. Cortó una oreja y salió a hombros, ya que en el tercero también obtuvo el apéndice de un manso aquerenciado en chiqueros. Fue valiente y garboso el saludo capotero y, pese a la dificultad, plasmó los mejores muletazos de la tarde. Pases sobrios y airosos, artísticos y dominadores, que poseían la virtud lidiadora de hacerse con la huidiza embestida del manso. La faena en una pugna permanente por alejar el animal de su querencia, en prodigio de técnica y colocación, consiguiendo incluso tandas con gusto y torería.
Escasez de fuerzas y de casta presentó el novillo que abría plaza, con el que Alejandro Morilla se lució en un quite por chicuelinas. Inició el trasteo sentado en el estribo para verificar después series de redondos y naturales en la boca de riego. Destaca su concepto hierático del toreo, con zapatillas clavadas en la arena, ejecutando los pases sin enmendarse. Pero tal vez se echara en falta algo más de ceñimiento y temple. Destacó el cuarto de la tarde por su fijeza y su humillada embestida, cualidades que sobresalían cuando el portuense se decidía a bajarle la mano. Cosa que ocurrió en una tanda de muletazos limpios y enjundiosos. Tras adornarse con manoletinas cobró una estocada que le valieron dos orejas.
El debutante con caballos Salvador Barberá, vio como su primero se encelaba en el peto del picador, mermando así muchas de sus facultades. Animoso y variado con la capa en el quinto, destacaron sus verónicas, chicuelinas, calesinas y gaoneras. Toreó con corrección pero sin apreturas este espigado espada de Algeciras, que recurre en exceso al cite al hilo del pitón. Si bien, dejó plasmadas estimables series con ambas manos.