La sangre del mensajero
unos y otros han coincidido en echar la culpa a la prensa
Actualizado: GuardarSe cumplieron tres años de la invasión de Irak, fecha siempre propicia para la reflexión. Se trataba de hacer balance, y era de esperar que hubiera dos lecturas opuestas. Lo que me sorprendió es que ambas coincidieran en poner a la prensa en el banquillo, pero ya se sabe, la culpa siempre es del mensajero.
El presidente George W. Bush, que aseguró no decir esto con ánimo de crítica, se quejó de que los medios de comunicación le hacemos el juego a los terroristas al informar sobre sus atentados, con lo que permitimos que influyan en el debate. Según él, «por cada acto de violencia hay un progreso esperanzador que rara vez aparece en el informativo de la noche».
Del otro lado, la doctora iraquí Entesar Mohamed Ariabe, que habló el lunes por la noche en el macroconcierto antibélico de Nueva York, dice haber tenido que viajar a EE UU para contar a su gente lo que no aparece en las noticias. A la sazón, la corrupción del gobierno que apoya EE UU, los abusos de las nuevas fuerzas armadas y policiales que todos estamos pagando, las ejecuciones sumarias, las detenciones arbitrarias, los escuadrones de la muerte y otras muchas aberraciones que ponen en duda las aseveraciones del gobierno americano de que la democracia se abre paso en Irak.
A Bush, y a todos aquellos que nos acusan de informar sólo de lo negativo, le contestaría con la respuesta que da una periodista del diario Washington Post en su reciente libro Tell them I didn't cry (Diles que no lloré). «No me hice periodista para servir a mi país, sino para servir a la noticia», dice Jackie Spinner. Si el gobierno americano no desea que los atentados acaparen los informativos debería lograr que no ocurriesen, porque mientras 50 ó 60 personas de media sigan muriendo cada día en Irak, ésa es la noticia.
A la doctora Ariabe le recordé que casi un centenar de periodistas o trabajadores de medios de comunicación han perdido la vida en estos tres años, amén de los secuestros. En concreto, 91, según la cuenta del Comité de Protección para los Periodistas. O sea, más que en ninguna otra guerra de la historia, incluyendo Vietnam, que duró 15 años, y la Segunda Guerra Mundial.
Enervada en su discurso, la doctora Ariabe, a quien considero una mujer admirable, concluyó diciendo que la sangre de los iraquíes «es muy cara, y no se cambia por petróleo». Pues bien, la sangre de los periodistas no es más barata, y cuando la sacrificamos es por hacer precisamente lo que se nos acusa de no hacer, informar.