Don Pío vuelve a casa
Actualizado: GuardarBilbao prepara un homenaje «sencillo y merecido» a Pío Baroja con motivo del medio siglo de su muerte. El grandioso y descuidado narrador siempre estuvo rodeado de la polémica. Más que rodeado, cercado. En mi re-mota adolescencia, si se pretendía aprobar la asignatura, había que decir «el impío don Pío» y luego enumerar algunas de sus obras. Los que estuvimos en su entierro también sabíamos que no le iban a dejar descansar en paz. No estuvo de acuerdo con los unos ni con los otros y hay manuales de literatura que omiten su nombre cuando se habla de escritores vascos, lo que requiere un alto grado de idiocia.
-¿Ha estado usted aquí antes?-, preguntaba, cuando abría la puerta, con la boina puesta, sin afeitar y con una corbata anudada a modo de cinturón.
Lo siguiente que inquiría es si le habíamos llevado pasteles. Le gustaban los de hojaldre, de modo especial los que se hacían y creo que se siguen haciendo en un obrador de Madrid, en la calle del Pozo. Después se hablaba de Dickens. «No creo que haya ningún novelista tan imbécil que an-tes que ser Dickens prefiera ser el Padre Coloma». Y de Dostoyewski. «Joder, qué tío, ese ruso», decía.
Estaba algo sonado Baroja, pero seguía siendo Baroja. El hombre más sincero del siglo. Tierno, hirsuto, agrio, romántico, bueno en el buen sentido de la palabra, que dijo su amigo Antonio Machado, y con un incurable pesimismo antropológico. «Los españoles hemos tenido desgracia con nuestros políticos -escribió- la inmensa mayoría de los cuales ha resultado gente incapaz». Estaba persuadido y así lo dijo en «La guerra civil en la frontera», de que seguimos siendo gente «intransigente, fanática, y en seguida que llega el caso, sanguinaria». Por fin, a don Pío, le van a dar un homenaje en su tierra. A él le sigue trayendo sin cuidado.