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La herencia de Oslo

La parálisis a la que Israel ha sometido a los acuerdos de paz y la corrupción de la ANP han desembocado en que la victoria de Hamas

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El proceso de paz ha dejado de existir en los términos que se acuñaron en los acuerdos de Oslo de 1993. De hecho, ni siquiera se podía decir que existiera desde hace varios años y menos desde la victoria electoral de Ariel Sharon, aunque algunos líderes israelíes y palestinos se refirieran a él en sus declaraciones.

Estaba moribundo casi desde su nacimiento y, desde luego, desde mediados de los noventa. Sharon sólo se encargó de darle el tiro de gracia cuando optó por medidas unilaterales como la retirada de Gaza y cuando se negó a aceptar a los presidentes Yaser Arafat y Mahmud Abbas (Abú Mazen) como interlocutores.

El único acuerdo que propició el ahora enfermo ex primer ministro hebreo con los palestinos en los cinco años que encabezó el Gobierno fue el de Sharm al-Sheij, que se logró gracias a la mediación del presidente egipcio, Hosni Mubarak, y cuyo objetivo era que las milicias dejaran de atacar a Israel. Era lo único que le interesaba al dirigente judío. Mientras tanto, Sharon, como sus predecesores, continuó con la aplicación de la política de hechos consumados que ha sido marca de la casa desde el establecimiento del Estado de Israel en 1948, cambiando las realidades demográficas de Cisjordania y Jerusalén a su antojo ante la pasividad internacional.

Cuando oyen de la boca del primer ministro en funciones, Ehud Olmert, que Tel Aviv no negociará con un Gabinete en el que esté integrado Hamas muchos palestinos no pueden disimular la sonrisa. ¿Acaso ha negociado Israel con Abú Mazen? ¿Acaso negoció con Arafat?

Y cuando escuchan las amenazas del presidente estadounidense, George W. Bush, de que suprimirá la ayuda económica muchos se ríen teniendo en cuenta la ironía de que no respete en el caso palestino la democracia que asegura defender en todo el mundo.

Hamas incluso ha ganado de calle en Jerusalén, donde vive el sector más moderno de la sociedad palestina y donde el fundamentalismo no es la ideología predominante. Esto revela que muchos no han votado con la cabeza, sino con el corazón, y han preferido el cambio, tanto por la corrupción de la ANP y su ineficacia como por la parálisis a la que Israel ha sometido el llamado proceso de paz.

En las horas que han transcurrido desde la espectacular victoria, sus dirigentes fundamentalistas han puesto los puntos sobre las íes, lo que se ha traducido rápidamente en la condena de Estados Unidos, Israel y algunos otros países occidentales.

Retirada de los territorios

Lo que en el fondo plantea Hamas es el cumplimiento de las resoluciones internacionales, es decir, la retirada hebrea de los territorios ocupados que está prevista en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad. Y esa retirada debe incluir a Jerusalén. También piden la devolución de los presos y el derecho de retorno de los refugiados, que igualmente está incluido en una resolución de Naciones Unidas.

Una gran parte de la población de Cisjordania y Gaza está satisfecha por el giro que ha tomado el conflicto, puesto que interpretan los resultados como una advertencia al doble rasero que aplican los occidentales. «No han hecho nada para resolver el conflicto de Oriente Próximo. Pues ahora tendrán que ser Israel y EE UU los que saquen las patatas del fuego», consideran.