Cuéntanos

TVE 1 cerraba esta semana la actual temporada de Cuéntame y lo hizo incurriendo en documental anexo, como ya ensayó en aquel episodio sobre el asesinato de Carrero Blanco. En aquella ocasión, TVE 1 perdió millones de espectadores gracias al invento. Esta vez, aunque el tema era más grato (la música pop), ha ocurrido lo mismo: se quedó con algo más de cuatro millones de espectadores (23,2% de share), que es mucha gente, pero sensiblemente menos que la cifra habitual.

Cuéntame es una serie excelente: pese a su palpable pobreza técnica, ofrece unas historias muy bien narradas, interpretadas con gran eficacia y, además, enfocadas de tal manera que muchos millones de espectadores nos reconocemos en ellas. ¿Qué sentido tiene modelar el producto para estirarlo en alardes documentales? La confusión de géneros rara vez da buen resultado. Una serie de ficción es, como su propio nombre indica, ficción, por mucho que se inspire en circunstancias reales; un documental es, igual de nominalmente, un documento, por mucho que recurra a formatos dramatizados para ilustrar su narración. TVE es muy libre de explorar las mixturas: series que parecen documentales, documentales que parecen series. Ahora bien, en este terreno los experimentos siempre se topan con un límite infranqueable: la mayor o menor veracidad del relato. A una serie nadie le pide veracidad: es una historia, y punto. A un documental, por el contrario, lo que se le pide es precisamente veracidad.

Si uno aprovecha Cuéntame para ofrecer una determinada visión de la historia reciente, se expone a dos peligros: uno, que la serie quede afectada por una desconfianza que en rigor, como producto de ficción, no merecería; el otro, que la narración documental resulte sospechosa de fantasía, de literatura, al cabalgar sobre personajes de ficción. Y eso pasó la otra noche en Cuéntame, porque uno veía a Ana Belén y a Víctor Manuel mientras María Galiana bailaba pasodobles y así, a ojo, no era fácil saber dónde empezaba la realidad y dónde el guión de la serie.