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Billie August descubre el negocio de la pena de muerte en la prisiones de EE UU

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«La pena de muerte ha sido muchas veces contada en el cine, como la mayoría de los temas, pero yo creo que he abordado una perspectiva diferente y no temo las comparaciones», afirmaba en diciembre Bille August. El director danés no sospechaba entonces que semanas más tarde la prensa europea y norteamericana iba a dar un auténtico varapalo a su última cinta, Sentencia de muerte, acusándola, precisamente, de falta de originalidad.

Y es que el prestigioso cineasta, que ganó el Oscar a la mejor película en habla no inglesa con Pelle el Conquistador, apenas se ha esforzado esta vez en filmar una historia que añada algo a lo que hace bien poco ya decían filmes como Pena de muerte, de Tim Robbins, Ejecución inminente, de Clint Eastwood, o Condenada, de Bruce Beresford.

August presenta a una presa, interpretada por Connie Nielsen -a quien se puede ver ahora en la estupenda La cosecha de hielo-, que espera el día de su ejecución en el corredor de la muerte escribiendo cartas a un turbio abogado (Aidan Quinn), de quien desconoce que se gana la vida vendiendo esas misivas a periódicos sensacionalistas. Todo cambia cuando el abogado se enamora de ella y empieza a creer en su inocencia, por lo que trata de que los tribunales anulen la sentencia.

La película, a medio camino entre el thriller psicológico y el drama, denuncia el mercadeo que rodea a las condenas a muerte en las cárceles de Estados Unidos, donde, además de vendedores de intimidades, hay ciudadanos que reciben cerca de 200 dólares por apretar el interruptor de la silla eléctrica.