La vanguardia de 1812
Actualizado: GuardarEl breve pero intenso camino que debemos recorrer de aquí al 2012 debe también pensar más allá de esa emblemática fecha -que tanto significado tiene y tanto importa en la constitución de la España Contemporánea y en el nacimiento de las entidades nacionales de Hispanoamérica-, y debe también pensarse como un proyecto de futuro, a partir de un legado que, en 1812, no sólo convirtieron la ciudad de Cádiz en uno de los centros políticos más importantes de Europa, sino también -y esto creo que habrá que proyectarlo con mucha potencia- en el centro de toda la vanguardia intelectual, cultural y política del mundo occidental de aquellos días.
Porque la mirada y el estudio del pasado -y 1812 es pasado-, más allá de la labor de recuerdo y de la arqueología histórica, de interés siempre muy relativo fuera del mundo académico, necesita de una justificación de presente y de futuro. Poco favor haríamos a aquellos hombres que idearon La Pepa si sólo nos ceñimos a narrar quiénes eran y qué hicieron -que también-, sin adentrarnos en una interpretación valiente de lo que realmente supusieron para su tiempo, con un legado intelectual que rompió con todos los esquemas mentales de la época y que desembocó entre otras cosas en la Constitución de Cádiz, un texto político fundamental que va rodeado de un concepto de vida moderna que también se vertebra en aquel Cádiz doceañista, excesivamente figurado desde una concepción conservadora y reaccionaria de la Historia y la Literatura.
En otras palabras, frente a este discurso, que ha sido su discurso a lo largo de los siglos XIX y XX, salvo honrosas excepciones, por el contrario es ahora el momento de cambiar el ciclo de su interpretación y de recuperar otros valores, posiblemente mucho más atractivos para el hombre de hoy en día, y que han permanecido en el olvido deliberado de quienes no han querido ver el espíritu revolucionario en el que se fraguó el texto de Cádiz.
Es el momento ahora, pues, de proyectar su discurso rompedor, de vanguardia, y de traer al presente esas voces contestatarias con sus respectivos pasados que, frente a la tradición en el pensamiento, en la política y en la cultura, agitaron la conciencia de la modernidad, proclamaron al ciudadano libre frente al súbdito del Antiguo Régimen, crearon el periodismo satírico y político, hicieron realidad la libertad de imprenta y abolieron la Inquisición, como realidades y símbolos de unos tiempos que marcaban otros ritmos y que necesitaban otras normas políticas sobre las que cimentar la nueva sociedad de un siglo que llamaba a la puerta para entrar sin ningún tipo reparos en la Historia.
Cádiz en 1812 marcó un antes y un después. Fue el laboratorio de las nuevas ideas, donde se experimentó con el nuevo hombre y su nueva forma de entender su protagonismo social. Cádiz en 1812 fue también el taller de la vanguardia intelectual de donde surgiría -y no me cabe la menor duda- la Revolución Romántica de los años posteriores. Las mejores cabezas pensantes, los mejores intelectuales, los mejores políticos, los mejores escritores, todos estuvieron en Cádiz en 1812: Alcalá Galiano, Argüelles, Arriaza, Blanco-White, Böhl de Faber y Frasquila Larrea, Capmany, el duque de Rivas, el Conde de Maule, Gallardo, José Joaquín de Mora, José Manuel Vadillo, Martínez de la Rosa, Nicasio Gallego, Puigblanc, Quintana, Vargas Ponce... Todos como dignos herederos de una rica tradición ilustrada y cosmopolita de la que ciudad podía dar lecciones (ahí quedaban sus bibliotecas, sus colecciones de pintura, su propia fisonomía urbana, sus teatros, sus Academias, sus modas, sus imprentas, sus librerías, sus cafés, sus periódicos). Toda esa realidad conforma un legado intangible, cuya puesta en valor y recuperación pasa inevitablemente por revivir en el presente ese mismo espíritu innovador y revolucionario que convirtió este entorno en una especie de ciudad del futuro, en una «ciudad de la cultural, las ciencias y la política», para albergar y dar una muestra al mundo de cuáles serían los nuevos retos del hombre ante la ruptura del Antiguo Régimen y sus nuevos discursos en los siglos XIX y XX.
Esto fue Cádiz en 1812. Por eso, la mejor celebración, la mejor manera de rendir tributo es volver a convertirnos ahora otra vez en una nueva ciudad del futuro, donde nuevamente volvamos a ser un enclave fundamental de la cultura y el pensamiento en los inicios de nuevo siglo, tal vez pensando más en un Cádiz 3012 mucho más vanguardista y rompedor que, como entonces, marque un antes y un después, y que sirva como el mejor legado que podamos dejar a nuestros hijos y nietos. Una ciudad del futuro sobre las bases de un espectacular pasado que debe servirnos como modelo para la acción.
Tal vez, por eso, sea la palabra vanguardia la que más y mejor defina todo lo que fue 1812 y la que debería vertebrar todos los actos del Bicentenario Constitucional, como proyecto de futuro, sin el olor a naftalina que el revisionismo histórico suele dar a este tipo de celebraciones. Porque más allá de los sucesos históricos, en el Cádiz de 1812 emerge una nueva forma de vivir, de sentir, de ser, de representar, de pensar y de expresarnos, que es la vanguardia de su tiempo. Por todo ello, no estaría de más en vertebrar la ciudad gaditana como un foro de rabiosa actualidad, donde volvieran a converger los mejores intelectuales, los mejores artistas y los mejores políticos, la mejor vanguardia de 2012. Y para empezar propongo un título: Cádiz 3012.