Jaime González
Pendientes del piloto suicida
El triunfo de la moderación
El aplastante triunfo de Alberto Núñez Feijóo en Galicia y la amplia victoria de Íñigo Urkullu en el País Vasco demuestran que el electorado valora la gestión, el pragmatismo, la moderación y la prudencia como virtudes principales del buen gobernante. Feijóo y Urkullu responden a patrones ideológicos muy distintos, antitéticos en algunas cuestiones, pero tienen algo en común: equilibrio político, una cualidad que en estos tiempos convulsos han sabido apreciar gallegos y vascos.
Estas virtudes que han encumbrado a los candidatos del PP y del PNV sirven para apuntar el doble desastre electoral del PSOE de Pedro Sánchez , partido que ha vuelto a romper todos sus suelos históricos. Es muy probable que la lectura que haga hoy su secretario general obvie lo esencial –que el socialismo necesita de manera imperiosa centrarse y marcar distancias con el populismo para no ser engullido por la izquierda radical– y reitere su voluntad de pilotar una alternativa de cambio con el único objetivo de desalojar al PP del poder, el clásico movimiento reactivo del mal perdedor al que le da por romper los espejos para no verse retratado como es.
Si tuviera un mínimo de decoro político, Sánchez asumiría como propio el fracaso socialista de ayer. No lo hará, porque es demasiado soberbio y carece del sentido de la responsabilidad que ha llevado a Feijóo y a Urkullu a sus cotas más altas. Es probable que no entienda que Pablo Iglesias hace tiempo que tocó techo y que sus resultados en el País Vasco -muy por debajo de lo que pronosticaban las encuestas- le han vuelto a bajar a la tierra, una oportunidad para que el socialismo emprenda un giro de 180 grados y vuelva a ocupar aquellos espacios de centralidad que le llevaron a ejercer un papel protagonista en la gobernabilidad de España.
Si Sánchez se empeña en interpretar de forma reaccionaria el resultado de ayer y continúa por la senda del frentismo, la izquierda constitucionalista que representa el PSOE seguirá cavando su tumba política para convertirse en títere de una variopinta amalgama de formaciones incompatibles con el concepto de progreso que entienden la mayoría de españoles. Esos que ayer votaron por Feijóo en Galicia y Urkullu en el País Vasco. En un arrebato de impotencia, tal vez decida morir matando. En cuyo caso, el socialismo debería librarse a toda prisa de la tentación suicida de su secretario general.