Glándulas mamarias

«Por si acaso, apresúrense en llevar a los niños a ver en El Prado "La maja desnuda"»

David Gistau

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El otro día, en lo de Herrera locutor de ustedes, nos estuvimos riendo un rato con la Venus de Willendorf . No con ella, pobre, sino con el hecho de que el espíritu de esta época puritana, patrullada por una policía de la moral y las costumbres, haya instigado la censura en Facebook, por tratarse de un desnudo, de una estatuilla paleolítica de hace treinta mil años. A esta Venus en concreto, Herrera ni siquiera le localiza la forma de mujer. Yo sí, vive Dios. Y de hecho encuentro perturbadoras esas ubres a lo «Amarcord» en las que lo mismo veo una súplica de fertilidad para el clan que un esbozo erótico femenino pensado para aliviar la soledad del cazador expedicionario y recordarle, ya que no lo pueden atosigar con «wasaps», qué le espera en el chamizo familiar si regresa. También en esto se ve que tengo una mentalidad y una sensibilidad muy de esa época.

Por si acaso, apresúrense en llevar a los niños a ver en El Prado «La maja desnuda». Tal vez más adelante ya no sea posible porque a alguien se le haya ocurrido salvarla de su exposición heteropatriarcal , agregando a Goya, por añadidura, en la lista de machirulos proscritos que no cesa de crecer. Más o menos esto le ha ocurrido a Gustave Courdet, protagonista involuntario, en Francia, de un juicio relativo a otro caso de censura por culpa de su obra «El origen del mundo», que viene a ser el primer plano de un pubis tocado con una pelambrera muy siglo XIX –y muy liberación jipi– de las que ya apenas se encuentran desde que triunfaron la ceja brasileña e incluso la tonsura total. Estas cosas las digo como comentarista de arte, aséptico, no vayan ustedes a creer que me anima alguna pulsión erótica porque entonces pueden mandarme a las ergástulas para rijosos de Hollywood.

Que ni siquiera la coartada artística sirva para respetar un desnudo en una época en la que un policía acabará llevándose el David de Miguel Ángel cubriéndole el pito con la gorra en lo que tarde en llegar al furgón celular es un hecho que representa todo el esplendor fanático de la corrección política. Y que debería hacernos comprender que nos dejamos arrastrar poco a poco hacia una forma de integrismo que a este paso nos impedirá sentirnos superiores a los talibanes que vuelan Budas de Bamiyán. La cosa se está poniendo francamente asfixiante . Esto empieza a parecerse a esa película distópica de Silvester Stallone –estoy desaforado hoy con los cultismos– en la que un ente orwelliano castiga a aquel que musita por la calle la palabra joder. En lo que concierne a la invasión de los ámbitos de creación, a la autojustificación moral de la censura, es probable que todo empezara en el preciso instante en que aceptamos que el arte, el cine y la literatura debían ser concebidos como herramientas de pedagogía social. Empezó a ocurrir que sólo los malos fumaban y, como lo permitimos, ahora resulta que hasta el paleolítico lo tenemos lleno de moralistas prohibicionistas.

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