Citroën, la quintaesencia de la aventura
En 1922 una expedición organizada por la firma francesa fue la primera en cruzar el Sahara en automóvil, desde entonces la compañía ha sido protagonista de muchos de los viajes más espectaculares de la historia
Madrid Actualizado: GuardarLas inhóspitas tierras del Sáhara, ofrecen un terreno idóneo para poner a prueba la mecánica y la tecnología de los coches. La dificultad para superar las dunas del desierto, las características del terreno y las extremas condiciones climatológicas con las que tienen que convivir los vehículos, son el test perfecto para comprobar su fiabilidad. Así, en 1922, André Citroën decidió que la mejor manera de aumentar el prestigio de sus coches era enfrentarlos a un desafío inédito hasta la época. Además de un buen escaparate para sus modelos, ser la primera expedición de la historia en cruzar el Sáhara en automóvil impregnó a Citroën de un espíritu aventurero que nunca se ha separado de la firma.
A esta expedición le sucedieron otras como el «Crucero Negro», que cruzó África entre 1924 y 1925, y el «Crucero Amarillo», que hizo lo propio con el continente asiático en 1931-32.
Estas hazaña no solo supusieron un hito en la historia del automovilismo, también sirvieron para abrir nuevas rutas de transporte y conocer nuevos territorios y culturas.
Para asegurar su éxito y adaptarse a la perfección a los terrenos más difíciles, André Citroën configuró un equipo que le asegurar el éxito. Contrató a Adolphe Kegresse, un ingeniero militar francés que había patentado un sistema que convertía a los vehículos en semiorugas capaces de enfrentarse sin problemas a los terrenos más escabrosos. Eligió como director de la expedición a Georges-Marie Haardt, director general de la compañía y que contaba con conocimientos en vehículos blindados tras combatir en la Primera Guerra Mundial, y contó con la experiencia como piloto de combate en el Norte de África de Louis Audoin-Bubreuil.
Tras varios meses de preparativos, un equipo de 10 hombres y 5 vehículos Citroën-Kegresse, basados en el recién lanzado Citroën B2 10 HP, tomaron la salida en el oasis de Touggourt, Argelia, rumbo a la legendaria ciudad de Tombuctú, situada en el actual Mali. Ante ellos, 3.500 kilómetros de desierto hostil y desconocido. Tan sólo veinte días después, el 7 de enero de 1923, los Citroën entregaron el correo en el Palacio del Gobernador en Tombuctú. El viaje de vuelta alcanzó Touggourt el 6 de marzo de 1923. Este recorrido de ida y vuelta a través de una de las zonas desérticas más extensas del mundo generó un fuerte impacto. El documental en el que se relataba esta aventura llegó a estar cuatro años en cartel en varios cines de París.
Viaje al corazón de África
Pero este éxito no era suficiente para el carácter inconformista de André Citroën. Pronto, azuzado por el entonces Presidente de la República Francesa, Gaston Doumergue, empezó a acariciar una meta aún más ambiciosa: atravesar el continente africano en automóvil, de Argelia a Madagascar. Empezaba a esbozarse la siguiente gran aventura de Citroën: el «Crucero Negro».
Así, ocho autocadenas Citroën y sus remolques cargados de paquetes, avituallamientos y piezas mecánicas, se dieron cita en Colomb Béchar (sur de Argelia) el 28 de octubre de 1924, preparados para lanzarse hacia la árida región de Tanezrouft, «el país de la sed». Eran los primeros pasos de un raid de 24.000 kilómetros. Al volante, una veintena de hombres comandados por Georges-Marie Haardt y Louis Audouin-Dubreuil.
Todo estaba minuciosamente previsto salvo... lo imprevisible. Y las dificultades no faltaron. Además de las enfermedades tropicales, lo más duro fue la lucha contra el terreno. En el empedrado desierto, la ruta debe ser trazada a golpe de pico, y para cruzar los ríos, a menudo infestados de cocodrilos, deben fabricarse balsas hechas con la ayuda de piraguas o construir puentes improvisados (el más largo de ellos llegó a medir 58 metros). Se abrieron pistas a machete a través de las lianas y la espesa vegetación... A todo esto hay que añadir vuelcos, arenas movedizas, vehículos incendiados, tribus hostiles, algunas de ellas caníbales...
A pesar de lo accidentado de la expedición, el 20 de junio de 1925, en medio de una multitud entusiasta de 60.000 malgaches, tres de los cuatro grupos formados en Kampala (Uganda), entraron en Antananarivo tras haber embarcado desde Mombasa (Kenia), Dar es Salaam (Tanzania) y Beira (Mozambique). El cuarto no se les unió hasta finales de agosto, tras haber recorrido 5.000 kilómetros extra, para alcanzar Ciudad del Cabo (Sudáfrica).
Además de la proeza técnica de cruzar toda África en automóvil, el «Crucero Negro» dejó un importante legado, en forma de 27 Km de película, 6.000 fotografías y los dibujos y pinturas de Alexandre Iacovleff, que retratan la vida de los pueblos y etnias con las que se encontraron en su camino. En el apartado científico, se recogieron 300 muestras de plantas, 800 aves y 1.500 insectos, la mayoría de ellos desconocidos hasta entonces.
Descubriendo el lejano Oriente
André Citroën volvió a reunir al tándem formado por Haardt y Audoin-Dubreuil para poner en marcha el «Crucero Amarillo», el desafío de atravesar Asia, pasando por regiones tan extremas como el Himalaya o el Desierto del Gobi. Tras el éxito de la expedición africana, esta nueva aventura contaría con el apoyo de la National Geographic Society y la presencia de científicos de primera fila, como el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, que acudió en calidad de geólogo y paleontólogo. Esta vez, se crearon dos equipos: «Pamir», que saldría desde Beirut (Líbano), y «China», que empezaría su periplo desde Tianjin.
A los más de 12.000 kilómetros por terrenos difíciles se sumarían toda clase de dificultades políticas y burocráticas: desde la prohibición de atravesar territorio soviético, llegada a última hora, hasta la situación conflictiva en China.
En la otra punta del continente las cosas no fueron más fáciles. Tras salir de la capital libanesa el 4 de abril, los autocadenas pasan por Damasco, Bagdad, Teherán, Herat y Kandahar hasta llegar a Kabul, con el calor como principal enemigo. Pero lo más complicado vendría después, al llegar a la capital de Cachemira, Srinagar, situada a los pies del Himalaya, un territorio virgen para el automóvil.
El plan fue cruzar el paso de Burzil (4.100 m), situado en la actual frontera entre India y Pakistán. Los habitantes locales, encabezados por el marajá Hari Singh intentaron disuadirles: es imposible que una columna de vehículos lo atraviese. Sin embargo, la expedición aceptó el reto y se puso en marcha el 12 de julio, por unos caminos estrechos, pensados para las mulas, al borde de precipicios con caídas de centenares de metros. Las condiciones eran dantescas. Tuvieron que enfrentarse a deslizamientos de tierra y torrentes que destrozaban pistas y caminos. De hecho, uno de los autocadenas se quedó suspendido sobre el vacío y tardaron más de cinco horas en rescatarlo.
Aunque este viaje se realizó en julio, la nieve hizo su aparición, lo que ralentizó la marcha hasta velocidades de 1 Km/h. En algunos lugares, hubo que desmontar los vehículos y realizar la ruta a pie, para volver a montarlos algunos kilómetros después. Finalmente, los miembros de la expedición fueron recibidos como héroes en Gilgit (Pakistán), al otro lado del paso. Era el 4 de agosto. En total, se habían necesitado 23 días para cubrir los 367 Km.
Tras diversas peripecias, ambos grupos se encontraron en Urumchi, en el oeste de China. El 30 de noviembre reemprendieron la marcha con el reto de atravesar Mongolia y el Desierto del Gobi en pleno invierno. Las temperaturas eran tan frías que tuvieron que verter agua hirviendo en los radiadores, para evitar que se congelaran y los motores tuvieron que estar permanentemente en marcha. Finalmente, los intrépidos viajeros entraron en Pekín, y en la leyenda, el 12 de febrero de 1932, tras más de 12.000 kilómetros de aventuras y penalidades.
Pero las ansias de aventura de Citroën no se quedaron ahí. De la mano del 2 CV, se emprendieron desafíos como la «Vuelta al Mediterráneo», en 1952. A lo largo de los 50 y 60, se sucedieron viajes a Tokio pasando por la India, la travesía de América de Alaska a Tierra del Fuego y, en 1960, la primera Vuelta al Mundo, en la que el plátano demostró ser un buen sustitutivo del aceite de la caja de cambios.
Organizados por la marca, se realizaron grandes raids como el París-Kabul-París de 1970 o el Raid África de 1973 (8.000 km a través del Sahara) en el que miles de jóvenes de varios países europeos, entre ellos España, pusieron a prueba su habilidad al volante, su pericia mecánica y su capacidad para adaptarse a las diferencias culturales.
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