entrevista / dima slobodeniouk
«Un director de orquesta necesita autoridad, pero no ser un tirano»
Lleva año y medio en La Coruña. Cuando tomó los mandos de la OSG, nadie lo conocía. Hoy es reconocido por haber renovado el sonido de la orquesta y abrir nuevos horizontes sonoros
Habla poco español, pero con el inglés y el ruso se maneja con sus músicos. Slobodeniouk (Moscú, 1975) llegó a La Coruña como un desconocido. Acaba el ensayo y se sienta con ABC para hablar de música.
—Déjeme que empiece con un piropo. ¡Qué bien suena su orquesta!
—(Risas) ¡Fantástico! Estoy feliz. Esta temporada estamos alcanzando algunas cosas que nos faltaban en la anterior. Empieza a funcionar como un solo cuerpo, y no es fácil, con 80 ó 90 personas.
—Trabaja habitualmente con orquestas por todo el mundo. Puesta en perspectiva, y más allá de que sea la suya, ¿qué nivel diría que tiene la OSG?
—Esta orquesta tiene algo muy especial, aguanta la comparación con cualquiera del extranjero, y por eso estoy aquí. Fue sorprendente encontrarlo en esta orquesta, y aunque había escuchado muchas cosas en el pasado sobre su nivel, hasta que no la conoces directamente no das crédito. La OSG es difícil de comparar. Pero si en toda Europa diría que hay diez orquestas con las que amo trabajar, la Sinfónica estaría en el top tres. Sin duda.
—¿Y esto es cosa de talento o de trabajo duro?
—Ambas. Sin talento, este nivel es imposible. Necesitas gente con talento en tu orquesta, y ser tú igualmente talentoso como director. El talento es una tendencia en algunas cosas para entenderlas, sentirlas, mejor que otros. Una profesora, que era bastante pragmática, solía decirme que el talento es la reacción a la armonía. Y si quieres llevarlo a un nivel básico, es así, es cómo sientes el cambio de la armonía, al ritmo, al color de la música. Todo esto, sobre el escenario, nos genera emociones.
—¿En qué aspectos ha cambiado la orquesta desde que llegó como director titular hace año y medio?
—Encuentro mucha más respuesta de los músicos ahora, respuesta musical y en la calidad de la misma. Hay cosas que no se pierden, y otras que tengo que seguir animando para conseguirlas, y que serán fruto de la insistencia. Mantener incluso el nivel de una orquesta requiere de mucho esfuerzo; superarlo, es todavía más duro.
—Ha importado a la OSG un repertorio nuevo, con autores nórdicos y rusos como Nielsen, Sibelius, Rachmaninov, Prokofiev. ¿Sus orígenes fineses y rusos son un plus a la hora de dirigir esta música del frío?
—Es curioso, porque a veces soy yo quien tiene que pedirle a la orquesta más candor en las interpretaciones. Casi nunca les pido frialdad. La música escandinava no es fría, casi al contrario, a veces tiene más calor de lo que pensamos. Un autor dijo de Shostakovich que era «fuego y hielo», y creo que es aplicable al resto de compositores. Estos dos elementos juntos, la fricción es muy fuerte. Por defecto, la OSG es bastante fría, y tengo que pedir ese plus de calor.
—Este nuevo repertorio, ¿es una necesidad de cambio o una afinidad personal?
—Es personal, se trata de mí. La necesidad de cambio es inevitable, siempre la hay. Pero hay que ser honesto, interpretar piezas que te gustan y sobre las que te sientes seguro. El cambio por el cambio no tiene sentido.
—Conocíamos a Tchaikovsky, a Mahler, quizás algo menos a Sibelius, ¿su gran apuesta es descubrirnos al músico Carl Nielsen?
—Hay más músicos escandinavos además de Sibelis y Nielsen, y me estoy planteando traerlos para próximas temporadas, por ejemplo Stenhammar, quien estrenó muchas obras de Sibelius en Suecia. Nielsen, para la orquesta, es como el Beethoven o el Mozart del siglo XX. Muy bueno para el conjunto, para el sonido, y técnicamente es muy exigente. Para el público, se trata de un compositor autodidacta, casi al modo de Sibelius. De hecho, creo que no hacemos suficiente Nielsen. Haré más.
—¿Hay un sinfonismo del frío y de la nieve?
—Sí... No lo dé por seguro, pero de Sibelius, su Primera y su Cuarta... De Nielsen es difícil, porque es un autor muy cálido, pero tiene esos paisajes, como la Cuarta y la Quinta. Frío y nieve están presentes en muchos autores escandinavos, y creo que tienes que haber conocido cómo es febrero allí, con metros de nieve cubriéndolo todo, sin colores más allá de blanco, gris y negro.
—La orquesta parece haber transitado del romanticismo interior de los Beethoven o Brahms a los paisajes exteriores del sinfonismo nórdico. ¿Ese es su viaje?
—Sí, probablemente. Lo relevante es que esta orquesta había hecho mucho repertorio alemán, para la institución y el público es realmente importante. Empezando con Bach, Haendel, Haydn, y siguiendo ese camino hasta nuestros días.
—En sus programas encontramos también música contemporánea. ¿La audiencia la entiende?
—Tengo la sensación de que sí. No hay nada que entender. Que vengan al teatro, se sienten y la escuchen. Es cierto que con piezas clásicas han podido escuchar varias grabaciones y versiones, leer artículos en el periódico, y llegas a la sala de conciertos con un conocimiento previo. Eso puede faltar en las obras contemporáneas. Perfecto. No sabes nada. Llegas y te sientas. La escuchas. Y puede gustarte o no. Si no lo entendiste, siempre queda la opción de volver a escucharla y darle una segunda oportunidad. Siendo sincero, no siempre es fácil acercarse a una obra por vez primera.
—Ha vivido muchos años en Finlandia. Nos suelen poner a los países nórdicos como ejemplos para casi todo. ¿También para la promoción de la música entre los más pequeños?
—No estoy seguro de poder generalizar, pero hay programas específicos para niños. Por ejemplo, en la Filarmónica de Helsinki en 2000 empezaron a llevar a niños a conciertos con el programa «GodChildren». Hoy esos niños tienen quince años y han crecido escuchando música. Empezaron yendo con apenas unos cuantos meses de vida. Obviamente no iban a la temporada, sino a repertorios seleccionados, todos sentados en una alfombra roja. Así, año a año.
—La Coruña es una ciudad que ama la ópera. ¿Se siente tentado?
—Me encanta dirigir ópera. Pero por el momento tengo que equilibrar un poco mi vida, porque tengo una familia. Intento no hacer proyectos demasiado largos, porque una ópera puede ocupar varios meses, aunque en La Coruña ya sé que es menos tiempo. Pero hasta este punto, mi calendario no me lo ha permitido. Necesito tiempo libre. No soy un director de esos que no sabe parar.
—¿El director de una orquesta debe ser un tirano con sus músicos?
—Tirano, no. Pero sí debe tener autoridad. Sin ella, te vuelves un tirano. En el pasado, ambos conceptos representaban lo mismo, y los directores eran unos dictadores, sin que eso supusiera que tuviesen autoridad. Tenían poder, pero eso tampoco es autoridad. Para hacer música necesitas autoridad.
—Y respeto...
—¡Y respeto, claro! Ser respetado por los músicos. Si no lo hacen, sólo tocarán si les metes miedo.
—¡Mala manera esa de motivar a un músico!
—¡Cuéntemelo!
—¿La música sinfónica se parece a la economía en que mandan los alemanes?
—Ya no más. Hay mucho más que autores alemanes. Están los británicos, alemanes, incluso italianos, y eso sin referirme a los compositores rusos. Claro, Alemania es la tradición, pero la hubo igualmente en otros países.
—¿Malos tiempos para ser ruso por la polvareda política?
—Para mí, ser ruso no afecta a mi vida. Nací allí, pero cada vez más a menudo siento que no entiendo por qué la gente de mi país, los poderosos de mi país, actúan como lo hacen. Están intentando demostrar demasiado, en vez de aplicar el sentido común, que daría más humanidad a las cosas. Esta necesidad de demostrar está muy arraigada en la cultura rusa, y no es necesariamente un aspecto negativo, pero a veces no tiene ningún sentido.