Montesquieu en Lalín

Qué difícil debe de ser arrastrar el título de «hijo de». El peso del apellido, ya saben. Que si no se está a la altura, que si se traiciona la herencia, que «a saber lo que diría tu padre» y demás zarandajas. En Lalín andan en una de esas con el nuevo alcalde, que lo es tras perder las elecciones y pactar hasta con el aguador para que el partido que su padre hizo grande no gobernara.

Con Rafa Cuiña —antaño comentarista de la extinta prensa ¿galleguista?, por siempre tuitero y eventual alcalde— nunca se sabe si lo mueve el rencor hacia el PP que no vio en él un valor político de futuro o una audacia sin límites. Porque mucho de lo último hay que tener para acusar al anterior regidor, José Crespo, de valerse de medios públicos para presuntos intereses electorales del PP.

Es una denuncia lícita y oportuna siempre que sea cierta, pero ¿hasta qué punto legítima? ¿La vieja política de Cuiña padre rivalizaba con las separación de poderes de Montesquieu? ¿Nunca utilizó el omnímodo poder de que dispuso en los noventa para su promoción personal o la del partido que le confirió tal poder? A la vista de la jugada de Cuiña hijo, lo lógico sería pensar que en su casa aprendió lo opuesto al ejercicio público de su progenitor, y de ahí esta queja de ahora. La alternativa es que Cuiña hijo sea, en realidad, un cínico y esté ajustando cuentas del pasado, valiéndose de las armas de la política de pueblo. Pero eso sería imposible en un partido de gente inmaculada, recién llegada, sin pasado, como es Compromiso por Galicia.