prostitución en galicia
«Hay hasta clubes con barrotes, pero la permisividad es absoluta»
Los dueños de los locales de carretera intercambian a las mujeres cada mes para que sus clientes vean «novedades»
![«Hay hasta clubes con barrotes, pero la permisividad es absoluta»](https://s2.abcstatics.com/Media/201502/23/club-prostitucion-galicia--644x362.jpg)
Un 80 por ciento de las mujeres que ejercen la prostitución en Galicia tienen hijos. Aunque no hay datos definitivos, se calcula que nueve de cada diez son inmigrantes, la mayoría de ellas en situación administrativa irregular. Proceden principalmente de países de América Latina, Europa Oriental y África y suelen trabajar en clubes de carretera o pisos camuflados al amparo de redes que las extorsionan y las someten. Esta misma semana se hacía pública la desarticulación de una mafia nigeriana que operaba en La Coruña y que introducía en la Comunidad a jóvenes que debían saldar con ellas una deuda de entre 45.000 y 60.000 euros, a la que sus captores iban sumando el coste de alojamiento y comida.
Desde la ONG Accem —colectivo que ayuda a mujeres inmigrantes en situación de prostitución— explican que este tipo de mafias africanas se valen de ritos de vudú para controlar a las mujeres: «En cuanto llegan al destino, les dan un teléfono móvil. Es otra manera de control sobre ellas; les dicen lo que tienen que hacer si quieren hablar con sus hijos». Las condiciones en las que las mujeres prostituidas trabajan en algunos de los centenares de clubes de carretera que hay repartidos por la geografía gallega no dejan lugar a la interpretación. «Hacen jornadas de más de doce horas y si tienen la regla y no pueden trabajar les meten una multa de 200 euros», explica Daniel Bóveda a este periódico.
Lo que los clientes priman en estos casos es la novedad, así que los dueños de estos locales rotan en muchas ocasiones a las mujeres de club en club en función de su período menstrual. En cuanto a sus condiciones económicas, los expertos aclaran que dependen mucho del tipo de mafia que las haya captado. «Pueden ir a porcentaje, o no. Depende del grueso de deuda que tengan», detallan. Uno de los obstáculos más difíciles de superar para estas mujeres es la invisibilización a la que sus circunstancias las abocan. «Las traen de sus países de origen y las meten en un pub de carretera en medio de un pueblo que ni siquiera conocen, incomunicadas», explica Bóveda. En otros casos, los clubes son sustituidos por pisos clandestinos en los que las mujeres trabajan y viven, casi sin pisar la calle. Y es que, en el caso gallego, la prostitución callejera es menos frecuente que en otras zonas de España.
Condescendencia social
Los profesionales que se afanan en liberar a estas mujeres de las mafias critican la «permisividad» que se esconde en torno a este negocio, el segundo mercado ilegal que más dinero mueve en el mundo después del tráfico de drogas. «Los taxistas, por ejemplo, se lucran de este tipo de negocios alegales llevando a los clientes y cobrando una comisión», lamenta este activista que incide en la importancia de concienciar a la sociedad ante un problema que «ataca de lleno los derechos de las personas». «Muchos de los locales tienen hasta barrotes en las ventanas, pero la prostitución se sigue viendo como algo normal dentro de la sociedad. Hay condescendencia con estas prácticas», censura Bóveda.
En muchos casos, la llegadas de estas jóvenes a la Comunidad gallega depende directamente de lo que se conocen como «campañas». En Navidad, por ejemplo, con las cenas de empresa se incrementa la actividad en estos locales y sus dueños buscan a nuevas mujeres que cubran las necesidades de su negocio. Pese a todo, conocer la realidad de este lucrativo mercado es casi imposible hasta para los que viven desde dentro. «Es un negocio muy clandestino del que sólo vemos la punta del iceberg», afirman desde Accem. Combatirlo es una ardua labor que depende de un cambio legislativo y de una mayor sensibilización ciudadana, aclaran. Pero la solución al problema también pasa por despojar a las mujeres prostituidas de la vergüenza y el miedo. «Están estigmatizadas, tienen pánico a salir a la sociedad y a las represalias de las mafias que las captan. Hemos encontrado casos en los que ni se sienten víctimas, sino pura mercancía».
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