Una vida por Rossini
Alberto Zedda presenta este jueves en La Coruña la edición española de sus «Divagaciones rossinianas», la guía más adecuada para conocer y amar al compositor italiano
Pide perdón por el inexistente desorden de su estudio, un refugio en la planta dieciséis de un edificio en el centro de La Coruña. En las estanterías, partituras de óperas, la gran mayoría dirigidas durante una carrera que ya supera el medio siglo . Encima de su mesa estudia la rossiniana «Ermione», que volverá a dirigir en la temporada herculina en verano. Sobre el piano, un facsímil del manuscríto autógrafo del «Falstaff» verdiano, cuyas páginas pasa con la avidez de un niño para apuntar aquí y allí apuntes sobre el genio verdiano. Llega el té, y Alberto Zedda toma asiento para explicar qué tiene de especial su libro, unas «Divagaciones rossinianas» (Turner) editadas hace tres años por la Ricordi italiana y que ahora se publican en castellano.
El maestro aclara que no es una monografía sobre Gioacchino Rossini, sino «un libro de confesiones, de interrogaciones», donde se pregunta insistentemente por qué es tan grande este compositor italiano, autor de títulos tan conocidos como «El Barbero de Sevilla» o «La Cenerentola» y de otros más ignotos como las serias «Tancredi» o «Armida».
Pocos musicólogos conocen a Rossini como Zedda (Milán, 1928), aunque admita que «no consigo explicar su grandeza». «La altura de Bach puede ser explicada con razones musicales, pero me resulta difícil con Rossini, porque no le conozco melodías bellísimas, son más bien pobres y agradables», afirma, «entonces, ¿qué ocurre dentro de sus partituras?». Zedda no tiene la fórmula alquímica. Pero señala a la magia que obra una simplicidad que no es tal.
«¿Es más importante la escritura culta de Goethe que el cuento hecho por un niño con sus propias palabras? ¿Las grandes historias no pueden contarse con la inocencia de ese niño?». Zedda se responde a sí mismo: «El lenguaje de Rossini es aparentemente simple, pero si te quedas en la superficie». El reto es superar ese primer nivel y llegar al corazón del discurso rossiniano, a esa cumbre que es su ópera seria. «Ahí las pretensiones son mucho mayores», asegura.
Vamos acercándonos a desvelar el misterio. «Rossini no es un maestro para entender la vida, pero sí para aceptarla» desde una aparente «ligereza», una distancia que permite entender que la vida tiene un lado trágico y otro alegre, un drama «que se puede conciliar con un cierto hedonismo». «Rossini da una respuesta ética y filosófica, tiene un modo de contar hasta las cosas más terribles que demuestran que dentro de la naturaleza existe un equilibrio», expone Zedda, arrebatado en la emoción de quien explica aquello a lo que ha dedicado su vida.
Alberto Zedda era apenas un joven veinteañero cuando Rossini entró en su vida «de manera sorprendente». «Yo no lo programé», confiesa burlón. Fue en la Scala de Milán, donde acudía con la pretensión de galantear con una jovencita, y quien acabó enamorado fue él, pero de aquella música rossiniana «que no entendía, pero que tenía una energía misteriosa en el aire que me encantó».
Setenta años después, el magisterio de Zedda sobre Rossini es infinito, tras haber estudiado su obra y elaborar ediciones críticas que han restaurado sus óperas a como el autor las compuso en su día, limpias de tijeretazos dados por la tradición y los directores de brocha gorda.
«Si me da un mínimo de crédito al leer el libro, si me toman en serio, sólo pretendo que le entren ganas de escuchar a Rossini, de que experimenten las sensaciones que me produce a mí». Estamos seducidos a dárselo.
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