La venezuela viguesa de Abel Caballero
Su populismo, llevado al extremo, ha calado en un importante sector de la ciudadanía olívica
A sus 68 años, las ambiciones políticas del alcalde Abel Caballero le sitúan al frente de la Alcaldía de Vigo al menos hasta cumplir los 77. «Por tanto, que pierda el PP cualquier esperanza de ganar las elecciones en mucho tiempo», alardeaba hace apenas un año. Hoy con las municipales a la vuelta de la esquina (mayo de 2015) y unas encuestas internas que le dan la mayoría absoluta, el autoproclamado candidato no titubea al asegurar que «si gano, que ganaré, me presentaré a las siguientes (2019)». Sin ir más lejos, el líder de los socialistas gallegos, José Ramón Gómez Besteiro, afirmaba este sábado sobre él que «en Vigo nadie discute que reeditará mandato».
Caballero, quien atesora los peores resultados del socialismo gallego como candidato a la Xunta en 1997, está dispuesto a seguir lamiéndose las heridas sin soltar el bastón de mando municipal. Atrás queda aquel batacazo electoral que le relegó a la segunda fila de la escena política y años más tarde le convertía en una de sus figuras más controvertidas.
Salvando las distancias, no falta quien le compara con el fenecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, o la presidenta de Argentina, Cristina Kirchner. Programas como «Diálogos con el alcalde» —ya no se emite— o «Vigo de Cerca», en sendas televisiones locales, no son más que una suerte del polémico «Aló Presidente» del exlíder de la república bolivariana. Vecinos que llaman reclamando más árboles en sus zonas, cambios en el mobiliario urbano, reformas en las aceras o el arreglo de socavones. Problemas todos ellos que Caballero promete resolver personalmente a través del «Servicio de Intervención Rápida».
Las acuñadas «humanizaciones» que la RAE define como «hacer humano, familiar y afable a alguien o algo», resumen sin mayor mérito una gestión al frente del ayuntamiento en la que no pocos ven tintes dictatoriales, y que le han hecho preso de las irónicas realizaciones de «Cachocentollo», que siguen arrasando en la Red . Conocido es por sus gustos a la hora de amenizar las inauguraciones públicas con actuaciones musicales, la contratación de pianistas, bailarines y hasta atracciones de feria.
Una política populista llevada al extremo, la misma que marcó la carrera de Chávez, se ha convertido en su gran baza, al menos la que mayores réditos le ha generado. Su defensa de la ciudad y los vigueses, por quienes dice hablar, llega a rozar el fanatismo. Pocas pancartas no ha sujetado el propio alcalde durante sus «4+3» años de gobierno. En contra de la integración de las cajas de ahorro, de la «privatización» del hospital de Vigo, para manifestar su rotundo rechazo a la estocada de Joaquín Almunia al sector naval, y en favor de Peinador. «Los vigueses me piden que convoque a la ciudad para defender al aeropuerto», aseguraba, frente «a la agresión de PP y BNG».
A cuenta del área metropolitana. tras la que veía la oscura intención de «gobernar Vigo desde fuera», Caballero volvía a alzar la voz para dar las gracias «a los miles de vigueses que me transmitieron su apoyo para que Vigo no cediera ante este ultraje; agradezco el esfuerzo, porque ellos pararon la agresión, no la paró el alcalde, yo solo fui un intermediario».
Su particular guerra localista no entiende de colores ni siglas, pese a tener claro quiénes son sus enemigos, aquellos a los que tilda de «antivigueses», y contra los que no escatima en descalificativos. «Feijóo es un perdedor, Rueda está destruido políticamente y Figueroa es el cómplice necesario», ha repetido en no pocas ocasiones, respecto al presidente de la Xunta, su número dos y el portavoz local del partido.
Desenmascarado
Instalado en la confrontación permanente, durante estos años no pocos disgustos se ha llevado de las hemerotecas. «Peinador está en un segundo pero importante plano como aeropuerto complementario del internacional de Lavacolla», asegura un joven Caballero, en 1985, entonces como ministro de Transporte, Turismo y Comunicaciones. Precisamente por sus esfuerzos para promover el aeropuerto de Alvedro, como titular de la misma cartera, era nombrado cinco años más tarde «hijo adoptivo de La Coruña».
Acostumbrado a moldear la realidad a la suya propia, no es la primera vez que la memoria le juega una mala pasada. Caballero, quien se adjudicó el interés del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, por la alta velocidad española que «yo mismo impulsé cuando era ministro de Transportes», llegó a condicionar su candidatura (en las pasadas elecciones) a la llegada del AVE a Vigo en 2012. Lo hacía en tiempos del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. Así lo acreditan titulares de prensa publicados en 2007 como «Caballero renunciará a su candidatura si Fomento no garantiza el AVE por Cerdedo», «Abel Caballero renunciará a ser candidato si Fomento no garantiza la alta velocidad» o «Caballero promete dejar de ser candidato en Vigo si no se hace la línea directa a Madrid». Titulares que, como muchos otros, a día de hoy el regidor olívico se resiste a admitir.
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