cultura
Incombustible Sabina
Valladolid se rinde ante el cantante en su versión más íntima y cercana
Sobran los motivos para disfrutar de Joaquín Sabina. Así lo hicieron el jueves de principio a fin las miles de personas que llenaron el pabellón Pisuerga. Abducidos por el duende de su ídolo, le recibieron con una ovación de poner los pelos de punta. Ante la ausencia de nueva producción discográfica que llevarse a los oídos, el cantante y su extraordinaria banda se han inventado una gira llamada «500 noches para una crisis» que, por supuesto, funciona como un tiro.
La versión menos canalla del madrileño -también- mola. Su lado sensible es el que protagoniza buena parte de un show en el que se suceden los «clásicos». Sin excesos físicos pere tampoco carencias, el autor de «Princesa» levantó de sus asientos a un público más que fiel que actuó como segunda voz -a veces necesaria- en la práctica totalidad de la treintena de temas que sonaron. Con dos «mutis por el foro» para tomar aire y dejar que su «familia» musical se luciera con actuaciones en algunos casos tan memorables como las interpretadas por el maestro y dos tandas de «bises» para dejarse querer, Sabina estuvo majete y contó sus historias, las de sus excesos y sus defectos, a un público al que le valía todo.
En estos descansos, el pop más rockero invadía el escenario para regresar luego a la calma de «Y nos dieron las diez...», la extraordinaria «Una canción para la Magdalena», «Y sin embargo...», y...