una raya en el agua

Física de los espacios

Mientras la UE duda, Rusia resuelve. Mientras Obama se repliega, Putin toma la iniciativa, luce músculo y ocupa espacios

LA política y la geoestrategia funcionan como la física espacial: siempre hay una masa que ocupa el espacio que otra masa deja vacío. El doble mandato de Obama se caracteriza por su decisión de repliegue internacional, cercano al desistimiento del tradicional papel estadounidense de vigilante planetario. Pero allá donde América se retira entran otras fuerzas, por lo general enemigas, como ha sucedido en Irak y Afganistán, finalmente abandonadas al islamismo. La intervención rusa en Siria responde a la lógica inversa: Putin necesita ocasiones en las que lucir músculo de liderazgo.

Como sostiene el profesor Florentino Portero, el presidente ruso es un político cortado por patrones clásicos del siglo XX y hasta del XIX. Cree, como ha demostrado en Ucrania, en las áreas de influencia, en la demostración de fuerza y en los tanteos tácticos. Considera de su incumbencia el problema sirio, tiene una base logística allí y ha elegido al régimen de Assad como aliado. Mientras Estados Unidos se aleja, él toma posiciones. Mientras la UE duda –más que eso, se abstiene–, él resuelve. Utiliza al Estado Islámico como pretexto para apuntalar al dictador bombardeando también a sus otros adversarios. Y se apoya en Irán, al que Obama acaba de absolver sus pecados. En una palabra, adquiere iniciativa y protagonismo estratégico.

Europa asiste muda a estos movimientos que le conciernen; la Unión ha desaparecido como actor en este reparto. No tiene capacidad diplomática ni militar. La crisis de los refugiados le plantea problemas logísticos que la dividen y la incapacitan para adoptar medidas de alcance más alto. Un mes largo después del primer colapso carece de una respuesta para la cuestión de fondo, que es la estabilización de Siria, sin la cual el conflicto seguirá escupiendo millones de fugitivos que provocarán un colapso.

Mientras las naciones occidentales contemplan el complejísimo tablero sirio sin acabar de saber quiénes son los buenos –no los hay– y quiénes los malos, Putin ocupa espacios y apuesta por Assad, que al menos domina la base estructural de un Estado. Apoya al chiísmo contra el avance suní, respaldado por las monarquías del Golfo de las que USA parece haberse también alejado. Y se maquilla como ariete contra la barbarie del sedicente califato. Todo eso lo hace porque lo puede hacer, porque nadie se le opone. Se maneja como un zar en tanto los gobiernos europeos permanecen bloqueados por opiniones públicas entregadas al buenismo y centradas en el plano humanitario. Con América ya no se puede contar, así que la UE tendrá que ir pensando cuántos muertos civiles quiere ver en sus playas por no arriesgarse a recibir de vuelta unos féretros de militares. Unos son ajenos y los otros serían propios; quizá en ese etnocentrismo resida la clave de este bloqueo. Una mentalidad aislacionista que aún cree en la diferencia entre cerca y lejos.

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