LLUVIA ÁCIDA

Multiplicación de Pablo

Pablo Iglesias contempla su propio cuerpo dormido mientras sale de casa por la ventana para rescatar oprimidos

La sátira deja de tener sentido cuando los políticos se vuelven autoparódicos. Ningún chiste concebido para exagerar el fatalismo paranoico del nacionalismo podría igualar el momento en que Raúl Romeva cursó en la UE una protesta oficial por una patada que Pepe propinó a Messi. Desde los Balcanes no se vivía en Europa una preocupación semejante a la del «tackling» de Pepe.

De igual forma, ningún guionista de «Saturday Night Live» que se propusiera hacer mofa de un personaje mesiánico y narcisista lograría dar con un «sketch» tan perfecto como ese artículo de prensa en el que Pablo Iglesias no sólo se refiere a Pablo Iglesias como a un ente exógeno, transmutado, ajeno a su propia naturaleza como después de un ritual de trascendencia: Pablo Iglesias contempla su propio cuerpo dormido mientras sale de casa por la ventana para rescatar oprimidos. Sino en el que además Pablo Iglesias consagra el concepto Pablo Iglesias como una marca-franquicia –el McDonald’s de la redención de los pueblos– cuya apertura de sucursales él mismo va autorizando en todas las sociedades europeas que anduvieron erradas durante siglos. Erradas hasta que por fin les nació un Pablo Iglesias en su propio portal de Belén, que en el caso inglés es el Partido Laborista, del cual, por cierto, nos preguntamos qué será ahora de ese indudable encanto fabiano que incluso a las interferencias soviéticas se resistió mientras otros socialismos sucumbían a la tronante utopía de las revoluciones y la sentimentalidad. O sea, a la violencia. La que en España ha rebrotado en su forma verbal. Incluyendo la interpelación del adversario por su nombre propio y la recuperación del tuteo falangista –hasta en los Starbucks y en los aviones «low-cost» te dan los veinteañeros trato de camarada–, lo cual ha convertido casi en un recordatorio de civilización la noticia de que en los consejos de ministros se hablan de usted.

De las imágenes de marca a las que Pablo Iglesias trató de asociarse no soy capaz de acordarme ahora, pero incluyen el chavismo, la socialdemocracia escandinava, el kirchnerismo, el cheguevarismo, la izquierda de «herriko taberna», un enano de «Juego de Tronos» y, por supuesto, Syriza. De todas ellas tuvo que despojarse en algún momento, o porque no convenían a las coartadas evolutivas con las que intentó ocupar el hábitat del PSOE, o porque de pronto se encontró con que se había ligado a una forma de fracaso. Nada más salir elegido, Jeremy Corbyn se ha encontrado con que Pablo Iglesias se le abrazaba a la pierna como un koala a una rama para ponerse a exprimir una nueva semejanza parasitaria. Sólo que esta vez hay una diferencia: Pablo Iglesias no es ya el personaje subordinado, sino el propietario del paradigma que reparte credenciales a todo lo que surja en el lado oscuro de la fuerza. Si Rajoy ganó antaño las elecciones de Cameron, Pablo Iglesias acaba de ganar las primarias laboristas. Que no sólo íbamos a abrir Zaras en Londres.

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