ANÁLISIS
Alonso Puerta (IU) nunca tuvo coleta
IU obtuvo en las europeas de 1994 el doble de votos que Podemos. ¿Quién lo recuerda hoy? Fue irrelevante
En un país tan pendular como España , tan propenso a exprimir hasta el hartazgo las inercias de la moda, más aún si van acompañadas de una encuesta de supuesto prestigio, faltan la cordura de la normalidad y el equilibrio de lo prudente. A menudo se sobredimensiona la realidad de modo retórico. Y no tanto por lo que es, sino por la repercusión mediática que se fabrica artificialmente a su alrededor. Después de un año de una campaña televisiva gratuita que ya habrían deseado IU, UPyD o Ciudadanos, es lógico que Podemos aspire a huir de la sobreexposición de sus líderes para evitar un desgaste de su imagen blanca, tan idílica como falsaria.
El cuerpo extraño en el sistema no es Podemos. Como la solución a su afán destructivo no es la deslegitimación de sus dirigentes con campañas personales de desprestigio. Lo inédito del fenómeno no es el surgimiento de una fuerza política limpia, fresca y libre de impurezas. Lo sorprendente es la excepcional sobreactuación de atención social, la mórbida obesidad de simpatía que brindan muchos medios de comunicación a una secta que bajo el legítimo argumento de la indignación, o la repugnancia a los vicios del sistema, ha aprendido con inusual celeridad las técnicas bolcheviques para el pucherazo, la purga y la manipulación.
En mayo nadie previó que Podemos alcanzaría 1.245.948 votos y cinco escaños. Nadie, digan lo que digan hoy los arúspices de encuestas parcheadas con unos cientos de sondeados. Antes del 12 de junio de 1994, los estudios sí habían previsto que Alonso Puerta, entonces cabeza de lista de IU en Europa, alcanzaría nueve escaños y 2,5 millones de votos. Exactamente el doble que ahora tiene Podemos. Nadie se escandalizó. Nadie vio el sistema en riesgo. Nadie puso fin precipitado al bipartidismo. Y nadie encumbró como a un mesías al bueno de Puerta –que nunca se dejó coleta– pese a que exigía la radical regeneración ética de la sociedad, la reforma del sistema electoral, la limpieza a saco en las instituciones o la erradicación de políticos, banqueros y empresarios corruptos. Como hoy Pablo Iglesias.
Dos años después, la IU de Anguita logró casi tres millones de votos en las generales y 21 escaños, cifra récord para la extrema izquierda en España. ¿El resultado real? La irrelevancia. ¡Claro! Les faltaron dos cosas: decir que el cielo se toma por asalto y una pléyade de tertulianos arrodillados.
Hoy, el prediseño del odio al poder y la persecución obsesiva a la derecha cada vez que vence en las urnas están construyendo una realidad ficticia. El hartazgo de un sistema financiado con tarjetas black , cohechos de ingeniería y bolsas de basura repletas de billetes con destino a paraísos fiscales no es fingido. El remedio que Podemos pretende levantar contra ese hastío, sí. Un poco de memoria histórica: ¿en realidad hay hoy más corrupción que entre 1993 y 1996, en la última legislatura de Felipe González? Valga el tesorero de un partido en prisión por un director de la Guardia Civil fugado a Laos; valga el tráfico de cafelitos del hermanísimo de un vicepresidente por el agujero negro de los falsos ERE; valgan los abusos cinegéticos, eróticos y compulsivos de las cajas de ahorros por la egregia chulería de los banqueros con gomina de antaño; valga el saqueo de los fondos reservados por las mil y unas comisiones de obras… El único que repite en ambas épocas es Jordi Pujol, un clásico del medio fondo en la categoría de trincones con seny que siempre fue al copo. Allá donde hubiese un maletín, ¡ això sí toca ! Faltaría más.
Mariano Rajoy cree que en este país, en efecto pendular y de radicalismos provisionales, el tiempo y la recuperación pondrán las cosas en su sitio. La derecha es menos condescendiente con sus líderes que la izquierda con los suyos. Perdona menos. Pero Rajoy intuye el triunfo de la «teoría del mal menor», basada en un principio tan democrático como cualquier otro: el de «votar con la nariz tapada» como opción útil. La democracia es pragmatismo y apunta a la certidumbre frente al riesgo. A la responsabilidad frente a la rebelión. En el fondo, Rajoy no es tan complejo como se le supone. En política, como en la vida, no gana el que más acierta, sino el que menos se equivoca. Y asaltar el cielo exige algo más que cinco eurodiputados. Puerta no lo logró con nueve.