Juan Daura cerró las cubiertas de la Catedral en el siglo XIX, hasta entonces era usada como almacén y para hacer las cuerdas del Muelle. :: L.V.
CÁDIZ

Los secretos de la ciudad reutilizada

La desamortización de Mendizábal o el derribo de las murallas marcaron el tiempo que vio nacer edificios claves La nueva guía de arquitectura de Cádiz aborda un siglo esencial para la transformación de un entramado urbano singular

CÁ DIZ. Actualizado: Guardar
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En esta ocasión, 'Cádiz. Guía de arquitectura del siglo XIX' aborda la última gran transformación de la ciudad en el siglo de La Pepa. La que convirtió un Cádiz constreñido por murallas y salpicado de conventos en «una ciudad modélica, la más bella del mundo», como reconoce Malo de Molina. Lo hizo con una pauta que la capital más antigua de Occidente siempre ha llevado a gala, la de reutilizar sus espacios, aunque conservando su espíritu y su trazado.

En una España que comenzaba a entrar en decadencia, la historia del XIX es también la trayectoria urbana de la ciudad. La pérdida de las colonias americanas, las idas y venidas constitucionales, la desamortización de Mendizábal o el Cantón de Cádiz afectaron directamente a la ciudad que hoy conocemos. Es el siglo XIX el momento de la apertura de las grandes plazas públicas (plaza de Mina, la Merced o plaza de Abastos) a partir de conventos, la desaparición de las murallas como medida de salubridad (para permitir que el aire corriera mejor entre sus calles) y símbolo de progreso que abrió nuevas zonas de esparcimiento (Canalejas o plaza de España) y la construcción o terminación de edificios claves como la Santa Cueva, la Catedral de Cádiz, la Plaza de Abastos o la Cárcel Real. Momentos y piezas clave de la arquitectura gaditana que quedan recogidos y explicados con todo lujo de detalles en una guía que ha ocupado casi un año de realización. El resultado, presentado el pasado jueves es una obra de 278 páginas en el que se aborda un recorrido histórico e urbanístico de la ciudad, la transformación de Cádiz en el XIX, los principales edificios hijos de este tiempo, los ya desaparecidos, los grandes arquitectos del momento y tres itinerarios por los puntos claves de la ciudad. Todo ello en español e inglés para conseguir emular el éxito obtenido con la anterior guía de Cádiz, de la que se han vendido 57.000 ejemplares.

Un trabajo del que sentirse «muy satisfecho», como reconoce Juan Jiménez Mata y que supone un documento esencial para conocer la ciudad de ese siglo. De hecho, Cádiz venía de su siglo dorado, el esplendor comercial del XVIII, que le confirió parte de su sello actual. El otro porcentaje vino con las transformaciones de estos años que se iniciaron con el fin de las colonias americanas. «En plena decadencia, en Cádiz se dan fenómenos atípicos», reconoce Malo de Molina. Y es que la repatriación de capitales procedentes de Iberoamérica se dejó sentir en estas tierras como último coletazo de esplendor. El siglo ve caer las murallas que darán paso a zonas jardinadas o balcones al mar. De hecho, el Campo del Sur pasa de ser la trasera de Cádiz a convertirse en zona de esparcimiento. La desamortización llevó a que las huertas de los conventos de los descalzos, de San Francisco o de la Merced se convirtieran en plazas.

Un siglo clave

Cambios urbanos que trajeron parejos nuevas construcciones. Una de las más emblemáticas, es la edificación de Plaza de Abastos, un mercado de líneas depuradas configurado como gran foro público que Juan Daura levantó en 1830. El edificio bebe aún de un estilo neoclásico que se dejó sentir con fuerza en la ciudad y que está a punto de morir en este siglo.

Nace el ecléctico isabelino que dejó su huella en la ciudad en edificios como la Fundación Oviedo (en la plaza de la Candelaria). Pese a su profusión y recargamiento, no se olvida de las trazas barrocas y neoclásicas a la hora de componer su fachada. Y es que ese es uno de los elementos definitorios de Cádiz, su homogeneidad.

Un principio casi latente que marca igualmente la finalización de la Catedral (con una cornisa que separa bien la altura mayoritaria del casco histórico y el arranque de las cúpulas) o de la Cárcel Real y que es punto de partida para edificios ya del siglo XX, como el Teatro Falla. La Casa Pinillos, la Banca Aramburu, la Casa del Presidente Rivadavia, el Colegio de Arquitectos, la iglesia de San Antonio, el Palacio de los Mora, la iglesia de San Pablo, el Oratorio de la Santa Cueva, la sede de la UNED, el Casino Gaditano, el Museo de Bellas Artes o el Salón Isabelino de la Diputación beben, directa o indirectamente, de este siglo.

Todos ellos han resistido los rigores del tiempo con gallardía. No se puede decir lo mismo de otra lista que recoge la guía, catálogo negro de edificios que desaparecieron. Es el caso del Cuartel de San Fernando, un edificio neoclásico que dio paso al Hospital de Mora, la Facultad de Medicina o el Manicomio de Santa Catalina. El mismo destino tuvo la casa de la calle Aduana, 21. Un palacete con una fachada historicista con cierta inspiración vienesa, similar al Palacio de los Mora. Ellos también formaron parte de este inmenso edificio que es Cádiz. El que asentó sus cimientos con los fenicios, levantó sus muros con los comerciantes del XVIII y techó su digna morada con un aire decimonónico para no olvidar lo que Cádiz fue y quiere seguir siendo.