Federico Sánchez 'in memorian'
Actualizado: GuardarNuestra guerra civil (1936-39) supuso un trauma solo comparable al producido por la expulsión y sangrienta represión de judíos y moriscos algunos siglos antes. Como aquél, habrá que esperar mucho tiempo para poder superarlo». Se lo escuché hace poco en un debate televisivo a Andrés Trapiello, y pienso que esto se expresa muy certeramente en la excelente literatura de Jorge Semprún, uno de los escritores más brillantes de nuestro tiempo, fallecido el pasado 8 de junio en París. Tanto su obra como su propia vida representan el horror de nuestra dramática historia reciente, y más aún lo difícil que resulta de entender. Nieto del político conservador Antonio Maura que fue presidente del gobierno con Alfonso XIII, se afilió muy joven y ya exiliado al Partido Comunista Español, lo cual le costó su internamiento en el campo de concentración y exterminio nazi de Buchenwald desde 1943 hasta su liberación por los aliados en 1945. Su padre, embajador de la República en Holanda se mantuvo leal al gobierno de la nación hasta después de la contienda, cuando aún se creía en la intervención de los vencedores de la Guerra Mundial para restaurar la democracia en España, esperanza que se desvanece cuando en 1953 la republicana Victoria Kent es sustituida en la ONU por un representante del régimen de Franco.
Jorge Semprún se entregó con entusiasmo a la militancia comunista durante la posguerra y, tras la detención, tortura y ejecución de Julián Grimau, sustituye a éste como enlace entre la organización interior del Partido y su dirección en el exilio, acogido normalmente en casa del periodista Eduardo Haro Tecglen que fue director del diario España de Tánger y luego subdirector de la revista Triunfo durante los años sesenta y setenta. Utilizaba el nombre de Federico Sanchéz, el mismo que exhibe en sus obras más testimoniales: 'Autobiografía de Federico Sánchez' y 'Federico Sánchez se despide de ustedes', en las cuales describe con pormenor sendas expulsiones: la del Partido Comunista en 1964 y la del Gobierno Español en 1991. Su obra es mucho más amplia y a mi juicio más sugestiva, sin embargo no fue admitido en la Academia Francesa por comunista y por español, y nunca obtuvo el Premio Cervantes por afrancesado. Refiriéndose a esto último, Eduardo Arroyo proponía en un artículo de prensa que los consulados franceses en España expidieran pasaportes «no de nacionalidad francesada sino de nacionalidad afrancesada». Esa boutade me recuerda otra del arquitecto, catedrático y poeta Joan Margarit, quien propone como solución para nuestras carencias democráticas solicitar la incorporación de España en la República Francesa.