EL DESPERTAR
Actualizado: GuardarCuando abren los ojos y se los restriegan para quitarse las telarañas del sueño, lo primero que sienten es un gran apetito. En muchos países árabes está ocurriendo lo mismo y sus habitantes van a verse abocados a acabar con los dictadores o bien a llamarles de otra manera. Quieren cambiar los alfanjes por las cucharas y, en los casos más ambiciosos, por los tenedores. Es muy difícil mantener en calma a quienes no ganan para su manutención. El hambre, «coral del hombre», no distingue si los frustrados comensales han nacido en un lugar o en otro, ya que todos están cada día más cerca. El ejército sirio de El-Asad ha sacado los tanques contra el pueblo, que está harto de aclamarle y quiere que se vaya. También su padre, Hafed El-Asad, aplastó una revuelta islamista. Solo unas diez mil cabezas perdieron sus turbantes, pero ahora han progresado mucho en el arte de matar y la gente de Siria, como la de cualquier otro sitio, está mejor informada, o sea, menos resignada.
No sabemos si estamos ante el ocaso de los dictadores, que alguien definió como un estado en el que todos temen a uno y ese uno teme a todos. Siempre que el pueblo acepte los puntos de vista del dictador, sin rechistar, el que manda está totalmente de acuerdo. Lo malo es cuando discrepa, porque es cuando empieza lo peor. Los romanos consentían la dictadura a condición de limitarla a dos años, tiempo tan prudente como optimista para evitar el caos, y que el dictador no acuñara moneda. Mi inolvidable Haro Tecglen, al que he tratado más en sus libros que cuando vivía, estaba convencido de que la dictadura es una modalidad peculiar del absolutismo. Es cierto que se presenta siempre como un proyecto de regeneración, pero nunca se sabe cómo acaba.
La geografía es subversiva y ahora todos los países árabes son limítrofes. Mientras nosotros estamos hablando de la subida de las hipotecas sube allí la marea del descontento y ya hay muchos españoles que temen que no les dejen arruinarse en paz.