Una estampa cotidiana de la plaza de San Juan de Dios. :: ANTONIO VÁZQUEZ
LA HOJA ROJA

Y UNA FUENTE CON CHORRITOS

El plan renove -o plan Proteja, como se llame- era más que necesario en la plaza de San Juan de Dios

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No soy yo mucho de mirar para atrás, la verdad. No sé si es por influencia de Luis Aguilé -«no mires atrás», decía su 'Camina, camina'- o por haber interiorizado demasiado pronto aquello tan machadiano de que «al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar». Ya ven, no tengo prejuicios para beber de distintas fuentes. Lo que sí tengo son prevenciones con casi todo lo que tenga que ver con el ayer. Desconfío muchísimo de los que piensan, como Manrique, que cualquier tiempo pasado fue mejor, por lo que no tengo, por ejemplo, el más mínimo interés en que «Cádiz vuelva a ser Cádiz». Aún así, cuando me dan ataques de nostalgia mal entendida, de esas que te entran de repente y que cursan con delirios de grandeza y megalomanía histórica, no dudo en curarme con grandes dosis de hemeroteca intravenosa, porque si algo me quedó del latín que estudié es que lo scripta manent y eso es lo único que de verdad me reconcilia, no ya con lo que fuimos, sino con lo que seremos, que ya lo dice el refrán: «de donde vino el mulo, vendrá la albarda».

Dicho esto, entenderán ustedes cuánto me aburren esos discursos ñoños que circulan por internet empeñados en sacar a los muertos de sus tumbas, recordándonos cómo éramos cuando lo único que teníamos era la calle para correr, hurgando e infectando las heridas mal cicatrizadas del pasado, y también entenderán que pueda identificarme tanto con Antonio Muñoz Molina y su 'Lo que me queda por vivir', cuidando de los recuerdos pero sin caer en la trampa de la memoria, esperando lo que tenga que llegar, como quien espera el alba.En fin. Que todo esto no era más que una manera como otra cualquiera de confesarles que suelo estar de acuerdo con todo lo que huela a nuevo, a libro recién estrenado, y que no siento añoranza por el reloj de flores de la plaza de España, ni por el templete de la plaza Mina. Que por principios, pienso que el movimiento se demuestra andando y que se hace camino al andar. Por eso me gustan las obras. Sí, ya lo sé. No hay peor maldición que aquella que dice «ojalá te entren albañiles en tu casa», pero ¡qué quieren!, me gustan las obras, y las reformas. Sobre todo cuando son tan necesarias como las de la plaza de San Juan de Dios.

Como niña de la calle Nueva que fui, durante muchos años -no, no lo digo con nostalgia- la plaza de San Juan de Dios fue la carrera oficial de mi vida. Con todos sus defectos, con el Novelty, con los coches aparcados en batería junto a Samuel y sus churros, con la terraza del bar Caleta hasta los topes, con la esquina de Los Pabellones siempre bajo sospecha, con El Sardinero, con el Velarde Plaza, con el escaparate de Confecciones Amaya, la plaza de San Juan de Dios era el escenario por el que se paseaba la vida de Cádiz desde el muelle hasta la plaza. Mucho más cerca de aquella plaza de la Corredera que en el siglo XV empezó a configurar el perfil de la ciudad que conocemos, que del vulgar bulevar con pretensiones en que la convirtió la última reforma, San Juan de Dios era el termómetro de aquello que se vislumbraba entonces como el futuro de Cádiz, el turismo.

Luego, ya ven. El cierre de unos negocios contagió a los otros, la suciedad se hizo dueña del pavimento, el «chino lavado» -así se llaman las piedrecitas del suelo- empezó a desprenderse, las tortas de asfalto fueron llenando los huecos que dejaban los adoquines y las fachadas de lo que habían sido casas señoriales -cuánto gusta esa expresión en Cádiz- se asociaron para dar todavía más credibilidad al ocaso de nuestro siglo de oro. Fue entonces cuando empezaron, como he dicho en muchas ocasiones, los castings para Viridiana en pleno centro de la plaza. La puerta de la ciudad, la plaza del Ayuntamiento que tanto buscan los turistas, se llenó de basura, de botellas, de indigentes que, acampados en los bancos, hacían juego con el entorno urbanístico. La cosa más decrépita del mundo, llena de parches. Por todas partes, por arriba, por abajo, por la izquierda... una imagen que vale más que mil palabras, y que tienen todos ustedes grabada en la retina.

Así que el plan renove -o plan Proteja, o como se llame- era más que necesario en la plaza de San Juan de Dios. Una reforma urgente que devolviera, si no el brillo de antes, por lo menos las ganas de recuperar un lugar importante para nuestra ciudad y una manera de reanimar aquel proyecto de ciudad abierta al mar. Esta semana empezaron -¿empezaron?- las obras que ya se habían anunciado el pasado mes de junio. Y verán. Una cosa es no tener el pasado como horizonte y otra muy distinta, lo que van a hacer con esta reforma. No lo puedo remediar. Cada vez que veo el pebetero en el Monumento a las Cortes, pienso en el pobre Aniceto Marinas y me dan escalofríos. Algo parecido a lo que me da el proyecto de la plaza de San Juan de Dios.

Mármol y granito formando cuadrículas acabarán con los chinos lavados. La eliminación del carril de circulación dará paso a un amplio paseo peatonal salpicado de «árboles de pequeño formato» -imagino que no serán bonsáis-, dos estatuas-monumentos alegóricas a las columnas de Hércules y el retorno de Moret ocuparán el espacio de la indigencia. y dos fuentes. Dos fuentes como dos albercas - de ochenta y ochenta y seis metros cuadrados, vamos, como pisos de VPO- llenas de chorritos.

No. No me gusta mucho mirar al pasado. Pero lo de las «fuentes con chorritos» otra vez me recuerda demasiado a 'Bienvenido Mr. Marshall'. Y el Bicentenario, a la vuelta de la esquina. Que Dios nos coja confesados.