Siete años y cuatro meses de negociaciones entre la UE y Marruecos y una soporífera espera de más de nueve horas parados en el puerto de Tánger es lo que han tenido que esperar los siete barcos de Barbate para que las autoridades del reino alauí les concediera la licencia que les permite pescar desde cabo Espartel hasta el paralelo de Kenitra.
«Ustedes tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo», explicaba un pescador marroquí a otros compañeros embarcados en uno de los barcos gaditanos. Se trata de una de las siete traiñas que ayer zarparon de Barbate rumbo a Tánger y que soportó las nueve horas de espera para recibir el plácet de las autoridades marroquíes.
Fijación por los detalles
Esta frase constriñe la filosofía de este país, donde las prisas, quizás más que en ningún otro lugar del mundo, no son buenas compañeras.
La flotilla llegó a las 11 de la mañana, pero a las nueve de la noche los distintos inspectores de los departamentos pesqueros del país vecino seguían deambulando por las embarcaciones deteniéndose en los más inverosímiles detalles. Empezaron midiendo las redes de cerco, todas tenían las dimensiones permitidas de 500 metros de largo por 90 metros de altura. Luego calibraron la potencia máxima de 15.000 watios de luz que acordó la comisión mixta, reunida en Rabat el pasado 8 de marzo. Por último, se fijaron en el ancho del mallado, que también resultó ajustarse a las bases del acuerdo.
De pronto, uno de los inspectores centró su atención en un aparato instalado en las siete traiñas. La caja metálica le desconcertó. No era ningún artilugio malévolo sino simplemente la denominada caja azul, que es un sistema de detección de buques en alta mar, gracias a cual, el Ministerio de pesca español puede saber exactamente si alguno de estos barcos ha rebasado las millas permitidas en el actual convenio que tiene una vigencia de cuatro años.
Acuerdo y entendimientos
Los pescadores lo consideran de vital importancia para evitar malos entendidos con las patrulleras marroquíes, que antes de su existencia podían acusar inopinadamente a un carguero español de haber faenado en aguas de su jurisdicción o más allá de los paralelos incluidos en los distintos acuerdos pesqueros. Pero como donde hay patrón no mandan marineros, los inspectores optaron por hacer fotografías de las cajas azules y se marcharon para mostrárselas, supuestamente, a sus superiores para que tomaran una decisión, aunque ya advirtieron de que todo estaba en regla y se trataba de un simple formalismo.
Pero ya se sabe, aquí en Marruecos hay que traducir formalismo por un nuevo retraso de dos horas. Mientras se reducía el trasiego de funcionarios marroquíes, la mirada de asombro, aunque menguada por la experiencia de años anteriores, era la de los propios españoles que veían pasar a barcos y traiñas marroquíes en condiciones, cuando menos, bastante menos óptimas que las españolas sin que esto pareciera importar demasiado a los funcionarios magrebíes.
Finalmente, toda esta demora se quedó en una pura anécdota cuando los siete patrones dieron la orden de arrancar los motores y pusieron rumbo a Larache donde, tras seis horas de travesía por mar, necesarias para recorrer las 45 millas que distan del puerto de Tánger de la antigua ciudad española, por fin se cumplió el anhelado objetivo de echar las redes en el caladero marroquí.