Trump y los medios renuevan su enfrentamiento cien días después
En pleno pulso con la prensa, el presidente amenaza en un tuit con cambiar las leyes sobre difamación, pese a que no tiene competencias
La historia reciente de la relación de los presidentes con los medios es variopinta. Barack Obama disfrutó de un periodo de gracia que para sí hubiera querido su antecesor demócrata Bill Clinton . El republicano George W. Bush supo manejar con deportividad un convulso periodo que nunca alcanzó la tirantez de la era Nixon. A diferencia del mandatario que sucumbió al caso Watergate , con quien se compara a Donald Trump por su guerra abierta con la prensa, el actual presidente mantiene la pugna desde la misma campaña electoral . Es más, fue una de las claves de su victoria y llegada a la Casa Blanca. El candidato republicano supo identificar a los desprestigiados medios con el establishment, parte del enemigo al que derrotaría en una elección hecha a la medida del outsider.
Cien días después, el paisaje político-mediático no ha cambiado. Trump realimenta su perfil avivando el choque con la prensa, a la que llama «deshonesta», esta vez por «ocultar los logros» de sus primeras decisiones en el Despacho Oval , y los medios mantienen el reto de redefinirse y controlar a un presidente escurridizo, convertido en su propio medio de comunicación desde Twitter.
A través de esta red social, el presidente sugirió la posibilidad de ampliar la ley antidifamación y restringir así la libertad de prensa, pese a que diversos expertos le advirtieron de que no cuenta con competencias para ello.
Fue la resaca de otra jornada inédita. La célebre «cena de los corresponsales», en la que el presidente de Estados Unidos cumple con la tradición casi secular de compartir con los periodistas mesa y mantel y un intercambio de humor e ironía, tuvo lugar en ausencia del inquilino de la Casa Blanca por primera vez desde 1981 , cuando Ronald Reagan se recuperaba del atentado sufrido meses después de su investidura.
A la misma hora que 2.700 periodistas departían en un céntrico hotel de Washington, en homenaje a la primera enmienda de la Constitución (la libertad de expresión), Trump se encerraba en el polideportivo de Harrisburg con siete mil fieles para tomar distancia de la capital estadounidense con la misma fuerza que intenta seguir vinculado a sus votantes.
Pensilvania, uno de los estados industriales que obraron el vuelco electoral en su favor, escuchó durante un arranque de diez minutos una batería de acusaciones a algunos de los medios más influyentes . «Un grupo grande de periodistas de Washington y actores de Hollywood están ahora consolándose en un salón de baile de la capital», fue el sarcástico recado de Trump al que constituye la ideal cabeza de turco para el mensaje trumpista: la América liberal de las dos costas del país .
A partir de entonces, las cadenas de televisión CNN, de la que el propio Trump acuñó la pasada campaña el calificativo de Clinton News Network, y la MSNBC, la considerada de tendencia más liberal (de izquierdas en EE.UU.), recibieron de su boca el apellido de «fake news» (noticias falsas), un término que se ha propagado como la pólvora desde la pasada elección por obra de algunos digitales y que intentan combatir los medios tradicionales. Y para «The New York Times» (NYT), una cabecera que Trump sabe que suscita rechazo entre sus acólitos, el presidente auguró un futuro poco halagüeño : «El fracasado “New York Times” pronto estará sólo en internet. Cada vez está más pequeño el periódico. Empieza a parecer un cómic».
La decisión del presidente de ausentarse de la cena, que anunció en febrero, era estratégica. Pero no era la única razón. También tenía que ver con sobresaltos durante su asistencia a esa misma cena. El pasado año, en su despedida, el presidente Obama ya utilizó el habitual tono burlesco del evento para desacreditar al entonces aspirante a las primarias republicanas .
Tirar de sarcasmo
Pero la que dejó huella, y terminaría siendo ironía del destino, fue la velada de 2011 . Entonces, ya era ampliamente conocida la pretensión de Trump de aspirar un día a la presidencia del país.
Principalmente, porque él mismo se había encargado de darse proyección desde «El Aprendiz», el reality show televisivo desde el que convirtió a Barack Obama en el principal centro de sus invectivas. Primero, poniendo en duda su brillante currículum académico. Después, su partida de nacimiento (Honolulú, Hawái, EE.UU.), cuestionando así su capacidad legal de ser presidente, que deja fuera a los no nacidos en Estados Unidos. Aquel día, Obama tiró de sarcasmo para pasarle toda la factura en una sola velada.
La noche del sábado, sin el presidente, la cena de periodistas se convirtió en reivindicación de una profesión que tampoco en Estados Unidos pasa ahora por su mejor momento . Jeff Mason, presidente de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, recordó que «nuestra obligación es reportar lo que hace el poder y que rindan cuentas nuestros líderes».
Más incisivos, los legendarios investigadores del Watergate, Bob Woorward y Carl Berstein, se dirigieron directamente a Trump para negar su acusación: «No somos noticias falsas» . Y este último advirtió: «Hay que seguir el dinero y las mentiras», a modo de recordatorio de la obligación de la prensa.
Indirectas muy directas
La aportación cómica llegaría de boca de Hasan Minhaj , Samantha Bee y Will Farrell . El humorista de origen indio se mofó de Trump al asegurar que «el líder de nuestro país no está aquí porque vive en Moscú, y es un viaje muy largo para Vladímir ». Una referencia a la supuesta implicación rusa en la pasada campaña electoral a favor de las aspiraciones del neoyorquino.
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