La tortuosa carrera del astuto millonario hasta la Casa Blanca
Con sus estridentes mensajes, Trump logró robarles votos a los demócratas en los que habían sido sus tradicionales feudos
Todo empezó el 16 de junio de 2015 . En realidad, había comenzado antes, pues su aspiración a la presidencia de Estados Unidos se remonta nada menos que a la era Reagan . Pero nunca se habían dado las circunstancias. Esta vez, sí. Tras una campaña de autopromoción de diez años como presentador televisivo, los sondeos le decían que su popularidad ya había cruzado el país de costa a costa. Y, más importante aún, el instinto le decía que era la hora del outsider.
El pueblo norteamericano estaba enfadado con los políticos de Washington. Convencido de que fuera de los partidos clásicos hacía demasiado frío, decidió finalmente presentarse a la nominación republicana. Aquel día, en el hall del célebre rascacielos que encabeza su despacho, repartiendo estopa a diestro y siniestro, irrumpía en escena Donald Trump . Su ruidosa aparición, con mofas de los rivales que ya habían dado el paso y con insultos a los mexicanos que cruzaban la frontera, le situaría en el centro de un escenario del que nadie sería capaz de hacerle bajar hasta la elección presidencial.
Cuando los 17 candidatos, 17, que se iban a disputar la nominación estaban situados en la parrilla de salida, las opciones de Trump en la carrera parecían mínimas. La lógica tradicional de que el «establishment» volvería a darse el testigo, otorgaba el favoritismo a Jeb Bush , el hermano menor de George W., como daba por vencedora también a Hillary Clinton en las primarias demócratas.
El arranque de Trump fue espectacular. Aupado por las televisiones, incrédulas ante un personaje generador de un río de audiencia cada vez que hablaba, el magnate se lanzó en tromba. No había una sola frase de Trump que no recibiera titulares sobreimpresionados en los canales de información 24 horas. Su perfil creció de idéntica manera en las encuestas. Semanas antes los caucus de Iowa , pistoletazo de salida para el proceso de primarias, el empresario de flequillo rubio que tanto voceaba en los mítines y gesticulaba en las televisiones, con retranca provocadora, ya era el líder indiscutible en los sondeos. Ni siquiera la llegada de los debates había bajado el suflé del aspirante sorpresa. Frente a la convicción de que su ignorancia sobre los problemas del país le acabaría desarmando ante políticos más versados, Trump fue eliminando adversarios uno a uno. Y siempre con el desprecio como arma, que su creciente número de fieles saludaba con júbilo.
La leña contra el político tenía premio. A Jeb Bush le llamó «bajo de energía»; a Marco Rubio , «pequeño Marco»; a Ted Cruz , «mentiroso»… Su instinto y el manejo del lenguaje de la televisión y del ciclo informativo, con Twitter como eficaz herramienta de multiplicación de mensajes, hicieron el resto.
Contra la cúpula
Ni los intentos más o menos soterrados del Partido Republicano fueron capaces de detener un fenómeno que se había colado en lo más profundo del conservadurismo. Para cuando el «establishment» en pleno quiso cerrar le las puertas, el extraño se había aposentado en el salón. La campaña fue una repetición casi increíble.
Un candidato sin aparentes opciones y una favorita indiscutible. Trump supo concentrar esfuerzos en el único grupo que podía dar el vuelco, robando votos a los demócratas en algunos de sus estados tradicionales, los industriales: Wisconsin , Michigan y Pensilvania . Pero fue tanta o más sorpresa que el magnate lograra recibir el suficiente voto tradicional republicano, sobre todo de mujeres y evangélicos, a quienes había mostrado su peor y más soez personalidad.
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