Merrick Garland, un juez para retratar a los republicanos

Barack Obama tenía una carta guardada bajo la manga desde 2010: un juez centrista al que a los republicanos costará decir «no»

El juez Merrick Garland, tras haberse hecho el público su candidatura al Tribunal Supremo REUTERS

JAVIER ANSORENA

En mayo de 2010, Merrick Garland era uno de los favoritos para ocupar un sillón del Tribunal Supremo de EE.UU. tras la jubilación de John Paul Stevens . Tenía la edad y experiencia adecuada y, considerado un centrista , contaba con el apoyo de amplios sectores del partido republicano. Barack Obama, sin embargo, nominó a Elena Kagan, una juez de corte mucho más liberal . El presidente de EE.UU. estaba al comienzo de su primer mandato, el partido demócrata contaba con mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes, y Obama prefirió guardarse la carta de Garland bajo la manga para cuando las aguas bajaran turbulentas.

Y ese momento ha llegado ahora. Garland sigue teniendo la experiencia adecuada, pero ahora además es un arma arrojadiza contra la bancada republicana en el Senado , que se niega a sustituir al conservador juez Antonin Scalia, fallecido recientemente, para no inclinar el Tribunal Supremo hacia posiciones liberales.

La idoneidad de Garland para ocupar el noveno puesto en el Supremo es irreprochable

La idoneidad de Garland para ocupar el noveno puesto en el Supremo es irreprochable (los republicanos lo saben y se han apresurado a decir que el problema no es la persona, sino el concepto de ocupar la vacante en pleno año electoral ). Su trayectoria es un compendio de la de los otros jueces del Supremo: como Scalia, al que sustituye, estudió Derecho en Harvard: como Samuel Alito y Sonia Sotomayor, fue fiscal antes que juez; como Scalia, John Roberts, Clarence Thomas y Ruth Bader Ginsburg, proviene del circuito de apelaciones de Washington.

Su curriculum es casi un calco del del juez que preside el Supremo, John Roberts, del que es amigo: ambos hicieron todos sus estudios universitarios en Harvard, trabajaron como asistentes del mismo juez del Tribunal de Apelaciones, pasaron por el Departamento de Justicia, se escaparon a bufetes privados durante un tiempo y sirvieron como jueces federales de apelaciones en Washington.

En lo único en lo que Garland no es un ‘nominado tipo’ para el Supremo es en su edad. Tiene 63 años, y si llega al Supremo sería el candidato confirmado con mayor edad desde 1972 , cuando Lewis Powell llegó a la cúspide judicial de EE.UU. con 64 años. Su edad también parece una concesión de Obama a los republicanos: quizá Garland no sea el juez conservador que a ellos les gustaría, pero al menos estará menos años que la media.

Pasión por la Constitución

Durante su carrera, Garland ha sido un personaje discreto, poco amante de los focos, anodino. En el acto de nominación se vio a un juez desconocido, emocionado, que relató casi con lágrimas en los ojos su pasión por la Constitución y el imperio de la ley. «Este es el mayor honor de mi vida», dijo delante de Obama.

Garland ganó relevancia a mediados de los años 90, cuando como fiscal supervisó la investigación de los atentados de Oklahoma City , en el que murieron 168 personas, y de Atlanta, durante los Juegos Olímpicos de 1996.

Sus dos décadas den el Tribunal de Apelaciones de Washington , un escalón previo habitual antes de llegar al Supremo y que ahora preside, le han valido la calificación de «centrista», lo que no gusta a algunos liberales -temen que sus posiciones no sean fuertes en temas como el aborto - ni a los conservadores acérrimos -ven a un liberal con piel de moderado-.

Ya en su llegada al Tribunal de Apelaciones tardó más de un año en hacerse con el cargo. Le nominó Bill Clinton en 1995, pero con un 1996 de tensión electoral, su nominación no se confirmó hasta 1997. Para su aterrizaje en el Supremo podría pasar algo similar. O, si los republicanos se salen con la suya -hacer oídos sordos a la nominación de Obama y confiar en que haya un presidente republicano en la Casa Blanca el año que viene-, quizá Garland se quedará sin vestir la toga más poderosa de EE.UU.

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