Atentado Afganistán

Al menos 90 muertos y 380 heridos tras un atentado en la zona de las embajadas de Kabul (Afganistán)

La explosión, efectuada con un coche bomba, se produjo en una zona de máxima seguridad de la capital afgana

Los talibanes niegan ser los responsables de la masacre

MIKEL AYESTARAN

No hay descanso para la violencia en el mes sagrado del ramadán . Todo lo contrario, los dirigentes yihadistas intensifican su campaña con ataques como los de Bagdad, que el martes costaron la vida a más de 30 personas, y Kabul, escenario de la mayor matanza sufrida en la capital afgana desde hace un año. El país asiático celebra los funerales por las más de 90 víctimas del atentado cometido a las puertas de la «Zona Verde» de la ciudad que dejó además casi 400 heridos.

Un suicida al volante de un camión cisterna cargado con más de una tonelada y media de explosivo se hizo estallar en el último puesto de control en la plaza Zanbaq, justo antes de acceder al barrio diplomático, sede también del cuartel general de Naciones Unidas y del palacio presidencial. La mayoría de las víctimas son civiles que se dirigían a sus puestos de trabajo pasadas las ocho de la mañana, una hora punta en esta zona de la capital donde los atascos son habituales debido a los fuertes controles de seguridad. El ramadán es el mes sagrado del ayuno para los musulmanes y este tipo de operaciones suicidas también tienen un halo sagrado para los yihadistas, por lo que las operaciones en este tiempo serían doblemente «islamistas» desde el punto de vista de los terroristas, que intensifican sus ataques en esta época.

Hospitales colapsados

Los hospitales de la capital se colapsaron y el dolor y la rabia se apoderaron de los familiares y amigos que esperaban noticias sobre sus seres queridos. Los medios ofrecieron imágenes de pura devastación tras un ataque que dejó un cráter de cuatro metros en el asfalto en el lugar que, en teoría, es el mejor protegido del país. Los talibanes negaron de forma inmediata su implicación . «Esta explosión no tiene nada que ver con los muyahidines del Emirato Islámico. Nuestros muyahidines no están implicados en este incidente y tampoco están autorizados a llevar a cabo explosiones tan grandes en zonas imprecisas», aseguró Zabihulá Muyahid, portavoz de la insurgencia talibán a través de un comunicado que hizo que todas las miradas apuntaran directamente a Daesh. Los seguidores del «califa», presentes en varios puntos del sur del país aunque mucho menos fuertes que los talibanes, ya golpearon en el corazón de la capital en julio y mataron a más de 80 personas en un atentado contra una marcha de la minoría hazara (chiíes), un atentado de marcado carácter sectario.

El presidente del país, Ashraf Ghani , condenó el ataque y lo calificó de «crimen contra la Humanidad», mientras que el primer ministro, Abdulá Abdulá, aseguró que aquellos que atentan contra civiles en el ramadán «no merecen la paz y deben ser eliminados y extirpados» del país. Con cada explosión aumenta el descontento de los ciudadanos con unas autoridades incapaces de garantizar la seguridad y que pierden terreno día a día frente a unos talibanes que controlan el cuarenta por ciento de Afganistán, según estimaciones estadounidenses, y que han cambiado su estrategia para no hacer grandes atentados en ciudades y así ganar apoyo en los núcleos urbanos. Pese a los esfuerzos de Kabul por retomar la negociación, los talibanes insisten en no aceptar este llamamiento «mientras las fuerzas extranjeras permanezcan en suelo afgano».

Las legaciones de Turquía, Francia, Irán, Japón o Alemania sufrieron daños materiales tras una explosión que «provocó una especie de terremoto», declaró a la agencia AFP el joven de 21 años Mohamed Hassan, que se encontraba en su lugar de trabajo, un banco vecino a la plaza Zanbaq, en el momento del ataque. El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, que lamentó la muerte de uno de los guardias de seguridad de su Embajada, declaró que «tales ataques no modifican nuestra determinación en apoyar al gobierno afgano en sus esfuerzos para estabilizar el país», y en la misma línea se pronunció la misión de la OTAN en el país, cuyos mandos destacaron «la vigilancia y el coraje de las fuerzas de seguridad afganas que impidieron al vehículo» adentrarse aún más en la zona diplomática.

Estados Unidos mantiene a 8.400 hombres junto a 5.000 militares de los países aliados , cuya principal misión consiste en formar y asesorar a las Fuerzas Armadas afganas. El presidente Trump parece dispuesto a reforzar su presencia con 3.000 o 5.000 hombres más, tal y como le solicitaron sus mandos militares. Este cambio de estrategia respecto a la de Barack Obama que, como en Irak, apostó por la retirada de sus tropas y la cesión de la seguridad a las fuerzas locales, sería consecuencia de la revisión de la política en Afganistán llevada a cabo por el secretario de Defensa, James Mattis, que a finales de abril realizó un viaje sorpresa a Kabul.

Además de incrementar la capacidad para preparar a las fuerzas afganas, principal objetivo de las tropas internacionales desde 2014, el Pentágono buscaría enviar a más efectivos de las fuerzas especiales para llevar a cabo operaciones antiterroristas selectivas como la que recientemente realizaron para acabar con uno de los cabecillas locales de Daesh.

Deportaciones canceladas

La primera consecuencia directa del ataque fue la decisión del Gobierno de Berlín de detener las deportaciones de afganos ilegales , una medida que había provocado polémica en el país ya que las organizaciones de derechos humanos no consideran que Afganistán sea un país aún seguro para realizar estas devoluciones. Se trata de una «suspensión temporal» de unas deportaciones que empezaron en diciembre ya que la Embajada en Kabul, afectada por la explosión, «juega un papel logístico importante a la hora de recibir a los deportados», según un comunicado de Interior. Hasta el momento, Alemania ha mandado en cinco aviones a 106 personas que no recibieron permiso para quedarse en el país.

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