La leyenda negra del Congreso argentino: balas, fantasmas y misterios

Entre la realidad y la ficción, las historias de fantasmas, voces y susurros del Congreso son conocidas por los diputados. Entre sus paredes, además, se han vivido grandes momentos históricos en unos plenos siempre polémicos y al rojo vivo

Cientos de argentinos protestan contra el gobierno de Nestor Kirchner en 2004 frente al Congreso REUTERS

CARMEN DE CARLOS

Llegó a ser, físicamente, el edificio más alto de Argentina y en sentido figurado, el que cayó más bajo. El Congreso de Argentina -y su anexo- han sido testigos de episodios nacionales que cambiaron bruscamente el rumbo de la historia. Declaraciones de suspensión de pagos, asaltos de la turba, sesiones escandalosas, velatorios, leyendas fantasmagóricas y hasta un asesinato, forman parte del pasado de este enorme Palacio Legislativo de 80 metros de altura, cinco plantas y una superficie de 39.210 metros cuadrados.

Los orígenes del edificio –incluye el Senado- son tan curiosos como los sucesos que se registraron a lo largo de los años entre sus gruesos muros. La primera piedra se colocó a mediados de agosto de 1897 y el último detalle, o pincelada final, en rigor, no se dio hasta 1946. El arquitecto italiano, Vittorio Meano, logró que le adjudicaran el proyecto con un presupuesto inicial de seis millones de pesos de la época pero el valor final, según los registros, superó los treinta millones. En plena polémica por la lentitud de las obras del “Palacio de oro”, como se refería la prensa al edificio, Meano fue asesinado en su casa el 1 de julio de 1904. Al arquitecto belga, Julio Dorman, le correspondió finalizar un proyecto que respetó en su totalidad.

El Palacio Legislativo ha visto y sufrido los avatares de la historia desde su nacimiento. La inauguración, el 12 de mayo de 1906, se transformó en un escándalo por una cuestión de “lolas” (pechos en lenguaje coloquial). La escultora vanguardista, Lola Mora, recibió el encargó de entregar dos grupos de estatuas para colocar a los costados de las escalinatas (una imagen similar a la que ofrecen los leones del congreso de Madrid). La artista incluyó mujeres con el torso desnudo en una alegoría que simbolizaba libertad, comercio, paz, trabajo y justicia. La sociedad porteña (de la ciudad de Buenos Aires) pareció escandalizarse con la desnudez de las figuras y diez años más tarde, logró quitar de su vista las piezas: las esculturas fueron desmontadas y trasladadas a la provincia de Jujuy (fronteriza con Bolivia) que supo aprovechar el arte de Lola Mora hasta nuestros días. La ex presidenta Cristina Fernández (la misma que ordenó desmontar la estatua de Colón que había en la parte posterior de la Casa Rosada) reinauguró en las escalinatas del Congreso, dos réplicas de las obras de Lola Mora en el 2014.

La crisis que hundió a Argentina a partir del 2001 pasó a la historia por la caída del Gobierno de Fernando De La Rúa, los saqueos y desmanes, las muertes, la palabra “corralito” y la expresión “Que se vayan todos”. Pero aquella crisis también quedó en la memoria de los argentinos por el asalto al Congreso. La imagen de la turba traspasando de noche los enormes portones y haciendo fogatas en el interior del edificio resulta difícil de olvidar . Aquellos sucesos explican la instalación definitiva de la valla de metal que desde el 2009 rodea el Palacio Legislativo.

De la época en la que Argentina tuvo media docena de presidentes en diez días, entre otros el actual embajador en Madrid, Ramón Puerta, data otra escena que dio la vuelta al mundo. Adolfo Rodríguez Saá, elegido en Asamblea Legislativa (sesión conjunta de ambas Cámaras) declaró en el hemiciclo la suspensión de pagos. El anunció fue festejado por los legisladores que, en su mayoría, lo celebraron cantando a capella la marcha peronista.

Eduardo Duhalde cerró la secuencia de presidentes en tiempo récord pero apenas aguantó un año en el poder. Calmadas las aguas de la población, le sucedió el matrimonio Kirchner (primero él y luego ella) que dio paso a una etapa inefable del Congreso de Diputados (el Senado resistió mejor). Las sesiones se convirtieron en espectáculos más propios de la “cancha” de fútbol que del poder legislativo. Se impuso la costumbre de desplegar carteles gigantes de los “lideres peronistas” y las “barras bravas” kirchneristas renovaban y aumentaban su repertorio de canciones, abucheos y pataleos en cada sesión. La de la expropiación de la mayoría de las acciones de Ypf a Repsol fue otro “hito” importante comparable a los festejos de un Boca-River.

El costumbrismo "K" estableció el Congreso como sede de investidura, espacio previsto originalmente cuando el presidente, caso de Duhalde, fuera elegido por la Asamblea. Las sesiones de entrega del bastón de mando y la banda presidencial, en especial las dos de la hoy viuda de Néstor Kirchner, se convirtieron en auténticos estrenos teatrales donde la presidenta y su público (copaban los palcos de invitados) se solazaban con guión propio, coros y aplausos ajenos. Uno de los más fervientes, el del ex juez Baltasar Garzón, considerado por el kirchnerismo uno de los suyos.

Entre la realidad y la ficción, las historias de fantasmas, voces y susurros del Congreso son conocidas por los diputados. David Vera, veterano del Congreso, recordaba al diario La Nación la noche de un viernes de 1994. "Bajé del ascensor al 5º piso del anexo de Diputados, estaba todo en penumbras y, en el comedor, me encontré con una anciana vestida de blanco con un bastón . ¿Me puede decir dónde está la salida?, me preguntó. Recuerdo sus facciones alargadas y amarillentas, yo sentía una sensación muy extraña, inexplicable. Le indiqué la escalera y ella se dirigió hacia la salida. Mi intención era acompañarla, me dirigí hacia ella, pero ya no estaba más", relataba.

Anécdotas como la de Vera abundan entre ugieres, limpiadoras y diputados. Difícil de explicar más fácil resulta recordar un asesinato que llegó al cine. Lisandro de la Torre tenía la palabra en el Congreso. El senador, reconocido por su valentía y arrojó, denunciaba la corrupción rampante de la Administración con la venta de carne argentina con la intermediación de Gran Bretaña. Valdez Cora, un asesino a sueldo, disparó para terminar con su vida. De La Torre, que terminaría suicidándose, se salvó pero la bala del sicario mató a otro senador. La leyenda asegura que su alma, como la de personajes célebres que se velaron en el imponente palacio, es una más de las que vaga por los pasillos y escaños.

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