La guerra con los republicanos bloquea las reformas más importantes de Trump

La bajada de impuestos y el plan de infraestructuras dependen de la mayoría republicana

Los intentos del presidente de sacar adelante una agenda propia quedan cada vez más sepultados por su polémico discurso AFP
Manuel Erice Oronoz

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«No hemos podido encontrar un solo republicano que defienda las palabras de Trump». Quien pronunciaba esta frase era Shepard Smith, el presentador de la cadena conservadora Fox News. La demanda de la Casa Blanca de respaldar el equidistante reparto de culpas del presidente entre los supremacistas y la extrema izquierda en los disturbios de Charlottesville (Virginia), expresada mediante un informe remitido al partido, había caído en saco roto. Un encorajinado Trump arremetió ayer contra los senadores más críticos con sus guiños a la extrema derecha.

Su alejamiento de la mayoría republicana en el Congreso es tal que peligra toda su agenda política, incluido su plan de reformas, el único que puede salvar el mandato del presidente más aislado de la historia reciente. La bajada de impuestos y el plan de infraestructuras penden de un reencuentro que sólo podría encauzar el temor de los congresistas a presentarse a las elecciones parciales del «midterm» (mitad de mandato), en 2018, sin nada que ofrecer a sus electores.

Nada ha cambiado en siete meses de mandato. Donald Trump sigue gobernando de espaldas al establishment y con continuos brindis al sol a sus seguidores. Una baja popularidad, de apenas el 35% , compensada con una fidelidad pétrea de un núcleo que incluye a la extrema derecha, a la que se resiste a abandonar. Una encuesta de la cadena CBS le daba algo de oxígeno, tras el chaparrón de críticas del martes: dos tercios de los votantes republicanos están de acuerdo con el sentido de sus declaraciones.

Desgaste institucional

Pese a su desgaste institucional, incluida la desbandada de las grandes compañías que le han obligado a disolver los dos consejos asesores que le mantenían en contacto con sus directores ejecutivos, Trump insiste en su estrategia de desafiar al sistema («hay gente buena entres los supremacistas blancos») y conectar con las bases, desde la red social Twitter.

Pero su última huida hacia adelante, incluida una rectificación tras haber arremetido expresamente contra los supremacistas blancos, el Ku-Klux-Klan y los neonazis, también ha hecho daño dentro de la Casa Blanca. Gary Cohn, el primer asesor económico del presidente y encargado de allanar el camino de las reformas con los congresistas republicanos, no ocultaba ayer su desazón . Principal responsable del plan de bajada de impuestos, su nombre está en la cabeza de Trump como futuro presidente de la Reserva Federal. Aún más significativa era la frustración de su jefe de gabinete, el general John Kelly, a quien convenció del nombramiento asegurándole una disciplina imposible.

Que la comparecencia de prensa neoyorquina en la que presentaba el plan de infraestructuras se convirtiera en un monográfico sobre su lectura de los disturbios de Charlottesville es una prueba más de que l os intentos del presidente de sacar adelante una agenda propia quedan cada vez más sepultados por su polémico discurso . Su guerra abierta con los senadores de su partido constituye el indicio más preocupante. Ayer, Lindsay Graham y Jeff Flake fueron la diana de sus ácidos comentarios. Al primero le acusó de «mentir» por afirmar que había equiparado a los supremacistas blancos con Heather Heyer, la joven asesinada por un neonazi. Al segundo le tachó de «tóxico», al tiempo que respaldaba a su contrincante, Kelli Ward, en las primarias en Arizona por repetir puesto en la cámara alta. El otro senador por este estado, el veterano John McCain, salía en defensa de Flake, en un episodio más de la interminable disputa con el presidente.

Futuro comprometido

Mientras el tiempo determina si Trump sobrevivirá a su instintiva carrera a tumba abierta , es el establishment el que amenaza con pasarle factura. El presidente sabe que sin las reducciones de impuestos y el plan de infraestructuras, con los que ha prometido situar a Estados Unidos en crecimientos del 4% o el 5%, su futuro político está más que comprometido. Y la mayoría republicana en el Congreso, de la que dependerá la aprobación de las medidas, no puede ser más reacia. Trump mantiene las heridas abiertas con el hombre clave para unir a los senadores en torno a un proyecto. El líder de la mayoría, Mitch McConell, a quien el presidente acusó repetidas veces de no cumplir con su promesa de sacar adelante la reforma del Obamacare, le ha devuelto el mensaje con un rechazo frontal a sus afirmaciones sobre Charlottesville. El speaker (portavoz) republicano, Paul Ryan, no ha sido menos contundente.

En plena batalla entre la Casa Blanca y el Congreso , el veterano Newt Gingrich, expresidente de la Cámara de Representantes y uno de los pocos republicanos que asesoran a Trump, reconocía que el último episodio «va a complicar mucho el que las propuestas (del presidente) salgan adelante». Sin embargo, advertía a los congresistas que el próximo año se presentarán a su reelección del riesgo de perder su asiento si los votantes comprueban que no han hecho las cosas: «También ellos dependen de Trump».

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