Hyeonseo Lee: «En Corea del Norte no sabemos lo que son los derechos humanos»

A los 7 años asistió a su primera ejecución pública obligatoria. A los 17 decidió huir de un país convertido en una enorme prisión. Es de las pocas que han conseguido escapar del horror de los Kim

Hyeonseo Lee: «En Corea del Norte no sabemos lo que son los derechos humanos» isabel permuy

guillermo d. olmo

El suyo es un testimonio valioso por excepcional. Hyeonseo Lee (Hyesan, 1980) logró a la tierna edad de 17 años escapar del enorme gulag en el que la dinastía Kim ha convertido Corea del Norte. Casi todos los que lo intentan se dejan la vida en ello y el hermetismo del régimen ha sumergido en la total opacidad lo que ocurre en el país. Así que su hazaña, que la llevó a vivir clandestinamente en China primero y Corea del Sur después, la ha convertido en una de las pocas voces que denuncian los excesos de Pyongyang con conocimiento de causa. Ella los sufrió en primera persona. Ahora ha escrito un libro, «La chica de los siete nombres» (Península), en el que narra su excepcional peripecia. Recientemente lo promocionó en Madrid, donde la entrevistó en ABC.

-¿Qué la empujó a escapar de su país a los 17 años?

Viviendo en Corea del Norte pensaba que éramos los mejores del mundo, los más felices entre los seres humanos. Pero, a partir de 1997, empecé a ver gente muriendo por la calle. Fue un «shock» absoluto para mí, porque yo pensaba que la gente solo moría en las películas. Vivía cerca de la frontera con China y veía la televisión china, lo que es ilegal en Corea del Norte y por lo que mucha gente es seriamente castigada. Lo que aprendí sobre China no tenía nada que ver con lo que contaba la TV oficial en mi país. Me fascinó. Ni siquiera sabía que nosotros vivíamos bajo una dictadura y empecé a pensar que quizá no éramos los mejores, porque China parecía mejor en muchas cosas. Y eso es lo que quise descubrir. Empecé a pensar ingenuamente en cruzar la frontera, pero no sabía a lo que me exponía por eso, ni como eso cambiaría mi vida.

-¿Cómo se las ingenió para cruzar la frontera ilegalmente?

Cruzar la frontera es muy peligroso. Al vivir cerca de ella, vi a mucha gente morir intentando cruzarla. Por la mañana temprano veíamos como los militares recuperaban los cadáveres de los desertores que flotaban en los ríos. Todo esto me atemorizaba, pero tenía confianza, porque teníamos buena relación con algunos de los guardias, que eran de mi familia. Mucha gente que lee mi libro me dice que antes de hacerlo solo veían ira y odio en los guardias. Hablaban de ellos como «esos bastardos». Después de leer el libro se han dado cuenta de que ellos también son seres humanos, de que también son el hijo de alguien, que tienen que cumplir con su deber y no tienen elección. Fue uno de los guardias, con el que tenía muy buena relación, el que me ayudó a cruzar. Me llevó hasta donde había unos traficantes de personas que me llevarían a donde yo quería ir en China. Era un gran riesgo, pero para mí resultó relativamente fácil. Después me sentía hundida. Aquello no era viajar entre provincias, era viajar a otro país. Eso me daba verdadero miedo. No sabía que iba a ser la última vez. Creía que volvería a Corea del Norte.

-¿Huyó sola?

Sí, sola.

-¿Es posible para alguien que vive en Corea del Norte concebir cómo es el mundo exterior?

Yo creía que el mundo exterior era horrible porque era eso lo que aprendíamos. Nos decían que los americanos eran malvados y que mataban gente, que eran los responsables de haber dividido el país. Se nos decía que los surcoreanos sufrían por culpa del imperialismo estadounidense. Incluso hoy se dice que los americanos han colonizado Corea del Sur y matan a sus habitantes. La imagen que se nos transmitía era la de que en Corea del Sur todos los niños eran mendigos que no tenían ni para zapatos, que no tenían con qué abrigarse en invierno. Cuando veíamos todo aquello pensábamos que éramos la gente más feliz del mundo. Y cuando veía las ejecuciones públicas, aquello me parecía que era lo normal de ver en un ser humano, porque creía que en todo el mundo era así. No sabía que era algo excepcional.

-¿Qué edad tenía cuando la llevaron a la primera ejecución pública?

Tenía 7 años. Ni siquiera sabía que aquello a lo que me llevaban era a una ejecución. Lo que vimos fue terrorífico. Vi un ahorcamiento. Ahora ya no ahorcan, eso ha desaparecido. Muchos no lo han visto nunca. Y un fusilamiento es terrorífico, pero un ahorcamiento lo es aún más. Ver a un hombre colgando del cuello... Es realmente impactante y es obligatorio en Corea del Norte. Teníamos que verlo, incluso los niños que estudiábamos en la escuela teníamos que hacerlo. No sabía por qué nos obligaban. Con el tiempo descubrí que el régimen quería que viviéramos en el miedo. El mensaje era que no deberíamos hacer nada que desobedeciera a nuestro líder. Entonces pensaba que esos hombres muriendo frente a mí eran criminales, pero más tarde me di cuenta de que no eran criminales sino víctimas.

-Resulta sorprendente que alguien pueda sentirse liberado en un país como China.

Yo no sé lo que es la libertad, no sé lo que significa. No teníamos libertad de expresión, ni de prensa. No teníamos ninguna libertad. Teníamos la palabra libertad en Corea del Norte, pero no podíamos usarla librmente. Teníamos que decir la frase «bajo la protección del querido líder, me siento libre». Las frases que empezaban con «bajo el querido líder» eran las más frecuentes en la prensa. La expresión que nunca aprendí es derechos humanos. Esa no la tenemos.

-¿Qué puede contarme de su vida en Corea del Norte? ¿Ocurren allí cosas tan terribles como las que leemos a diario en la prensa?

Cuando la gente escucha lo que pasa allí, muchas veces te preguntan si realmente es cierto, si aquello es tan horrible. Pues es todavía peor que lo que leéis en la prensa. Incluso los propios norcoreanos no nos enteramos de muchas de las historias porque sufrimos un toque de queda, no solo ante los medios extranjeros, sino también ante los domésticos. La gente no sabe las inmoralidades, los abusos a los derechos humanos que sufrimos, porque ni siquiera manejamos el concepto de derechos humanos o de oponerse a la opresión. Esa es la razón por la que consideramos aquello una vida normal y damos por sentadas todas esas cosas horribles. Esto es muy triste. Vemos gente que desaparece en medio de la noche y miembros de una misma familia que son enviados a campos de prisioneros políticos. Recuerdo muy bien que, siendo muy niña, mi madre me repetía que viviendo en Corea del Norte había que tener mucho cuidado con lo que uno decía y que no repitiera lo que oía en casa. Las paredes oyen, me decía. No podíamos fiarnos de nadie en Corea del Norte, ni compartir nuestros pensamientos. La cadena oficial, la KCNN, ni siquiera informa de lo que ocurre en otras provincias, solo de lo que ha hace el querido líder, de lo que dijo el querido líder... No tenemos ni idea de lo que ocurre en el mundo exterior. Hay un detalle que lo ilustra todo. Los niños norcoreanos no pueden hacerle preguntas al profesor en clase. Si un profesor dice que una cosa amarilla es roja, es roja, solo porque él lo dice. Es muy difícil aprender, la escuela es como un campo de prisioneros.

-¿Cree que podrá alguna vez regresar a su país?

Siempre intento tener optimismo y creer que en algún momento de mi vida tendré oportunidad de volver. Pero para mi madre, que llora todos los días, porque querría tener a todos sus hijos en Corea del Norte, parece muy difícil. Ella tiene ya 60 años. Realmente, me da mucha pena por ella, porque me encantaría poder enseñarle el mundo enorme y maravilloso que hay fuera. Su única esperanza es poder reunir a todos sus hijos antes de morir. Para ella no es como para los desplazados por la guerra de Corea, que se separaron de sus familias hace sesenta años, para ella fue solo hace cinco y mantiene la esperanza.

-¿Existe alguna diferencia en el trato que dispensa el régimen a hombres y mujeres?

En teoría somos todos iguales. Hay eslóganes por todas partes que dicen que somos «todos iguales», pero la realidad es totalmente opuesta a esto. La mujer ocupa siempre una posición inferior. Los salarios que paga el Gobierno son muy inferiores para las mujeres y la mayor parte del trabajo más duro lo hacen las mujeres. Mi madre me contó que un visitante chino se sorprendió de que los hombres permanecían a un lado mientras las mujeres trabajan. Dijo que es todo lo contrario a lo que ocurre en China, donde a la mujer se la considera una cosa preciosa. En Corea del Norte, la mujer soporta todo el trabajo duro y trae el dinero que sostiene a la familia. Ocurría en el pasado y sigue ocurriendo que muchos maridos abusan físicamente de sus mujeres. Cuando viví en Corea del Sur vi que a las mujeres a las que les pasaba esto podían acudir a la Policía. Eso no existe en Corea del Norte. Se considera un asunto familiar y nadie se ocupa de ello. El hombre manda, a pesar de que sea la mujer la que lleva el dinero a casa y de que la familia no podría sobrevivir sin la mujer.

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