El laborismo viaja a la extrema izquierda con la victoria de Corbyn
Los conservadores lo califican de «serio peligro para la seguridad de la nación», mientras el promete acabar con la grotesca «desigualdad tory»
A sus 66 años, tras más de tres décadas sentado en el Parlamento de Westminster, la barbada figura del ascético socialista radical Jeremy Corbyn no admite matices. Para sus admiradores es un político diferente y limpio: «Habla como un ser humano sobre cosas reales».
Para sus detractores, como Tony Blair , su bestia negra, a quien se enfrentó como líder de la coalición «Stop the War», «Corbyn vive en una realidad paralela, es Alicia en el país de las maravillas . Si lo suyo te parecen políticas con corazón, entonces necesitas un trasplante», advertía Blair, el premier que llevó al laborismo a tres mayorías absolutas consecutivas.
Pero las bases del Partido Laborista han dado la razón a Jeremy frente a Tony. En unas elecciones internas dinamizadas por la «corbynmanía», votaron 422.664 afiliados y simpatizantes, previo pago de las tres libras de inscripción, que han otorgado una victoria apabullante a Jeremy Bernard Corbyn.
Ciclista, vegetariano, republicano y socialista al añejo estilo marxiano, lo celebró a su modo: a las tres horas y media de ganar ofrecía un discurso a los miles de asistentes a una manifestación frente al Parlamento en favor de los refugiados. «Abrid vuestros corazones» , clamaba el veterano activista.
El laborismo, que ya había girado a la izquierda con Ed Miliband con pésimos resultados electorales, se sume ahora en un incierto viaje hacia los lindes de la radicalidad. Han elegido con el 59% de los sufragios (251.000 votos) a un veterano marxista que aboga por acabar con el arsenal nuclear de su país , replantear su relación con la OTAN, renacionalizar el ferrocarril, crear un banco público de inversiones y, por supuesto, subir los impuestos a los más ricos y gravar más los beneficios de bancos y empresas.
Todo para aumentar el gasto social y acabar con lo que en su discurso de proclamación llamó «la grotesca desigualdad tory» . Además, distanciándose del alma de su partido, es euroescéptico y podría llegar a pedir el «no» a la UE en el referéndum.
Corbyn llegó a la carrera electoral solo «por abrir un poco el debate ideológico». Nadie daba un penique por un socialista de ideas ochenteras , que parecían arrumbadas tras el giro al centro y el consenso post blairista. Empezó a competir hundido en las casas de apuestas, termómetro importante en Gran Bretaña (se pagaba su triunfo 1 a 200).
Pero tras 99 mítines por todo el país, de los que volvía viajando por su cuenta en el transporte público, y con unas recetas primas hermanas de las de Podemos o Syriza , ha vapuleado a sus tres rivales, miembros del «establisment» del partido y de pobre carisma. El favorito a priori, el moderado —y algo chaquetero— Andy Burnham, que lo intentaba por segunda vez, obtuvo el 19% de los votos (80.462). Yvette Cooper, que fue creciendo en campaña por su sensibilidad ante el drama de los refugiados, logró un 17%. La única blairista pura, Liz Kendall, se quedó en 18.857 apoyos, un triste 4,5%.
Los tres derrotados abrazaron raudo a Corbyn nada más escuchar el resultado, aunque con sonrisas doloridas. El nuevo líder, ataviado para la ocasión con americana azul marino y camisa azul clara del trinque, y que ya ha aparcado la camiseta blanca de abuelo que llevaba tradicionalmente debajo, se fundió con ellos en una piña. La imagen que no refleja la realidad . Varios miembros del Gobierno en la sombra laborista se dieron de baja al instante y Ed Miliband salió de su enclaustramiento para pedir al partido que apoye a Corbyn. El cambio es muy fuerte y se temen fisuras.
Mientras tanto, los conservadores aparentemente se regodean. Corbyn, al que ven como un político de perfil inelegible para las grandes mayorías, es su rival soñado para las generales de 2020 , donde previsiblemente se medirá al actual ministro de Hacienda, George Osborne (salvo resurrección del alicaído histrión Boris Johnson).
El oponente soñado
Durante la campaña laborista, los tories llegaron a pedir en Twitter a sus seguidores que se inscribiesen para votar por Corbyn. Ayer fueron inusitadamente duros. Significativamente, el portavoz elegido fue el ministro de Defensa, Michael Fallon: «El Partido Laborista se ha convertido ahora en un serio riesgo para la seguridad de nuestra nación, economía y familias . El laborismo de Jeremy Corbyn castigará a nuestras clases trabajadoras debilitando nuestra defensa, con más impuestos sobre el empleo y las ganancias, acumulando más deuda sobre el Estado del bienestar y disparando el coste de la vida imprimiendo dinero».
El laborismo vivía un gran debate ideológico tras el fiasco de Miliband en mayo y la mayoría absoluta de Cameron. Algunos culpaban de la derrota a la estrategia de haberse escorado a babor. El diagnóstico de Corbyn era justo el contrario: Miliband perdió por parecerse demasiado a la oferta tory, por déficit de izquierdismo.
Gestos vetustos que parecían arrumbados, como «camarada» y el puño alzado, retornan al paisaje laborista . El nuevo líder anuncia que su primera medida parlamentaria será enfrentarse a los planes del Gobierno para endurecer el derecho de huelga, que atienden a las quejas de muchos ciudadanos hartos de los paros del transporte que bloquean Londres.
El triunfo de Corbyn recibió también el rápido, entusiasta e inquietante aplauso de la primera ministra de Escocia, la separatista Nicola Sturgeon, que expresó su deseo de «trabajar juntos contra la austeridad tory».
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