Trump revienta la carrera republicana
El equipo y los donantes del candidato del establisment, Jeb Bush, combaten ya abiertamente el auge del magnate, que reunió en Alabama a 20.000 personas en el acto de campaña más multitudinario
Pocos se atreven aún a reconocerlo abiertamente, y menos sus rivales en la competición más nutrida de la historia del Partido Republicano, pero Donald John Trump (Queens, Nueva York, 1946), el controvertido magnate de las descomunales torres y los lujosos casinos, el ruidoso charlatán de la televisión basura, el molesto outsider a quien la América oficial intenta ningunear, el «millonario que se divierte», en feliz sentencia de Vargas Llosa , ha hecho pedazos la carrera en la formación conservadora. A cinco meses de que Iowa reúna a sus caucuses (asambleas de elección) en el tradicional pistoletazo al proceso de primarias, el aspirante que se abrió paso con ataques a los inmigrantes mexicanos, para quienes propone un muro de contención, y con descalificaciones al héroe de guerra, ex candidato del partido y hasta ahora intocable John McCain , no sólo contradice a quienes le consideraban «serpiente de verano», sino que se acerca a septiembre destacado en todas las encuestas. Por si quedaran dudas, Trump rompió este viernes la poco concurrida campaña republicana con un primer acto de masas en el estadio de fútbol americano de Mobile (Alabama), donde consiguió llenar la mitad de un aforo de 43.000 espectadores.
Si las posibilidades del antipolítico populista se midieran por la reacción de sus rivales, tras el seguidismo de algunos hacia su propuesta de que no todos los nacidos en Estados Unidos puedan ser ciudadanos nortamericanos (contra la Decimocuarta Enmienda de la Constitución), esta semana confirmaría también que Trump ya recibe respuesta directa del favorito del partido. Jeb Bush , hermano del expresidente George W., criticaba abiertamente al magnate negando su pedigrí republicano y aludiendo a su pasado liberal y cercano a los demócratas. Además, el viernes, frente al desafío directo de Trump en uno de los llamados red states (estados de tradicional mayoría republicana), y precisamente en Alabama, estado frontera con Florida, territorio del exgobernador Jeb Bush, su equipo de campaña desplegó su primera contraofensiva, en forma de correos electrónicos críticos con el neoyorquino. Mike Murphy, el jefe de estrategia de Right to Rise, el principal super PAC (organización que recoge fondos para un candidato) que apoya al pequeño de los Bush, ya reconoce públicamente que «Trump es un problema», aunque confía en que «el Gobernador Bush logrará vencerle ». A juicio de veteranos del partido como el exgobernador de New Jersey, Thomas H. Kean, «todos le han subestimado enormemente desde el primer día, y ha sido un error».
La preocupación en el Partido Republicano ha sido directamente proporcional a la consolidación de Donald Trump en los sondeos. Y más cuando el argumento de que las encuestas nacionales no reflejaban la opinión real en cada uno de los estados se derrumbaba como un castillo de naipes. Algunos datos de muestra: Trump es líder (y duplica al segundo) en Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur, los tres primeros estados en competición; también lo hace en Florida, por encima del propio Jeb Bush, y, en el último sondeo nacional publicado, el eventual candidato republicano Trump derrotaría a Hillary Clinton por dos puntos.
Angustia creciente
Los análisis internos de los conservadores derivan en angustia ante la crecida de lo que el Washington Post llama el «tornado Trump». Sus estrategas son conscientes de que si Trump alcanza la candidatura (algo ya de por sí difícil de digerir), su perfil le aleja casi totalmente del votante moderado o de minorías mayoritarias como la hispana (cada vez más decisivas), con mensajes antiinmigración tan radicales. Lo que llevaría a su candidato a la derrota. Detrás asoma el chantaje del propio Trump, quien amenaza con presentarse como independiente si sale derrotado de las primarias. Tal posibilidad, como la del empresario Ross Perot que dejó sin presidencia a George H. W. Bush (Bush padre) en beneficio de Bill Clinton en 1992 , trae de cabeza al aparato republicano, donde empieza a vislumbrarse un duelo de primarias entre Jeb Bush y Trump, entre el establishment y el candidato del pueblo al que el neoyorquino pretende representar.
Restan muchas incógnitas. La primera duda de los analistas es si el porcentaje de apoyo en las encuestas, e, incluso, el gancho en los mítines de Trump tiene que ver más con la curiosidad de acercarse a una estrella televisiva de indiscutible tirón que con una intención real de voto. Para otros, su estilo agresivo y provocador con los hispanos y con las mujeres (hasta el punto de descalificar en pleno debate a Megyn Kelly, la primera presentadora de Fox News, el canal más seguido por los conservadores ), que hoy aporta frescura y novedad, puede volverse en contra cuando el votante considere si se trata de la persona adecuada para derrotar al candidato o candidata demócrata.
Por ahora, Trump ha sabido conectar con una parte de la base republicana con el eslogan simple y efectista «Hacer América grande otra vez», y con mensajes de fácil encaje en un electorado tan distanciado de la clase política como el de España o el conjunto de Europa: «Los políticos de Washington no tienen ni idea», repite una y otra vez el millonario oportunista.
Aunque no aguante entre los primeros el largo proceso electoral, nadie discute que Donald Trump ha marcado la pauta política del verano hasta convertirse en la estrella mediática. De lo cual dan cuenta los ríos de tinta escritos por los analistas de los principales periódicos, su protagonismo en todos los informativos de televisión y la portada de Time de esta semana, con una gran imagen del rostro de Trump y el titular «Lidia con eso». Un mensaje que parece dirigido al partido que dice representar.
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