El turismo estadounidense se dispara en La Habana
Gracias a la flexibilización de los permisos de viaje y la enmienda del Senado estadounidense a la antigua prohibición
La explanada llana, de cemento, de la Plaza de la Revolución no es el lugar ideal para pasar una tarde calurosa en La Habana . La bandera gigante de Cuba cuelga como siempre de uno de los edificios oficiales, en otro sigue la figura del «Che» Guevara y, en el vecino, la de Camilo Cienfuegos con la frase que dicen que dijo cuando Castro le preguntó por el destino de la Revolución. «Vas bien Fidel» , se lee en esta tarde solitaria salvo por una línea de vehículos antiguos que han estacionado en una de sus esquinas del centro del poder caribeño. De ellos bajan dos grupos de turistas estadounidenses para tomar unas fotografías. Es lo nuevo en el paisaje cubano.
Antes del 17 de diciembre de 2014, cuando los gobiernos de Cuba y Estados Unidos anunciaron el inicio de una nueva etapa de acercamiento en sus relaciones bilaterales, era difícil ver turistas estadounidenses en plan de paseo. Hoy se los encuentra andar despreocupados gracias a la flexibilización de los permisos de viajes. Todavía deben declarar simbólicamente que viajan por alguno de los doce motivos especiales permitidos, entre los que están las actividades culturales como eje; pero la aprobación es automática para aquellos que quieren viajar hasta la isla.
Sucede que, formalmente, los estadounidenses tienen prohibido viajar a la isla, algo que podría cambiar en un tiempo cercano. La señal del que sería uno de los próximos anuncios la dio una comisión del Senado, que aprobó una enmienda para levantar la medida dentro del presupuesto planeado para 2016. La iniciativa la votaron los demócratas, oficialistas, y también los republicanos. El «sí» de la oposición fue leído como un posible acuerdo entre ambas bancadas para liberar algunas de las restricciones hacia Cuba.
«Es fácil detectarlos», dice Jury en el Paseo del Prado, otro de los puntos preferidos de los turistas. De unos 40 años, sombrero de paja y camisa de colores, está esperando clientes en la parada oficial para alquilar un «almendrón», como llaman a los autos antiguos que han sobrevivido a casi seis décadas de Revolución. Jury es parte de una asociación de propietarios que tiene 130 convertibles. «Originales», dice para aclarar que ellos pertenecen a una élite en las calles habaneras.
No todo es como parece con respecto a los viejos automóviles fabricados en Detroit. La flotilla de antiguos que circulan por Cuba muchas veces son únicamente carcasas. «Frankestein» se los llama para resumir que son «rejuntes» -muestra de un ingenio desarrollado ante la escasez- de otros autos. Un motor Nissan, la palanca de velocidad de una guagua, las llantas hechas de forma casera, enumera un propietario.
Los «frankesteins» son, en el fondo, uno de los símbolos de la detención del tiempo en los primeros años de la Revolución, resultado de que las importaciones se detuvieron con la llegada de Castro al poder y se acentuaron con el llamado «bloqueo» por los cubanos o «embargo» por los estadounidenses . Un panorama que muchos cubanos esperan que cambie en la nueva etapa de deshielo.
Comprar nostalgia
Los cambios son algo de lo que se habla en la isla con cierta expectativa. Sobre todo desde 2008 cuando Raúl Castro llegó al poder para reemplazar a su hermano Fidel. Esta apertura, en 2011, llegó al mercado de compra y venta de vehículos privados. Así, los «almendrones» entraron en el circuito de los propietarios, que llegan a cobrar hasta 30 euros por una hora de paseo . Una cifra altísima para un cubano que debe sobrevivir con su sueldo mensual y estatal, y que en promedio no alcanza a esa cifra.
Quizás por nostalgia, por esa búsqueda de lo diferente, los turistas siguen prefiriendo andar en los «almendrones», no importa lo que tengas adentro. Son pocos los que se suben a los bicitaxis, que recorren las estrechas calles de La Habana Vieja , o a los cocotaxis, ciclomotores envueltos en una carcasa amarilla y redonda.
«Los yumas (extranjeros) prefieren lo antiguo, muchos tienen una imagen de Cuba fijada en los primeros años de los Castros y vienen a buscarla», explica Alfio, un llamado «piraña» que anda dando vueltas por la Plaza Vieja. Son ellos los que con una amabilidad única han desarrollado un radar para detectar turistas, darles una conversación interesante para después ofrecerles puros del mercado negro . Sucede que todavía los estadounidenses tienen restricción de cantidad para comprarlos.
También pueden ofrecerles llevarlos a un buen «paladar», como llaman a los restaurantes en casas particulares que surgieron en los primeros años de apertura y que hoy son un clásico para los turistas que buscan lo nuevo de Cuba.
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