Cameron no despega, los suyos se inquietan

A diez días de las urnas sigue sin abrir brecha con Miliband y empresarios y compañeros encuentran fría su campaña

Cameron no despega, los suyos se inquietan afp

luis ventoso

Se tiene o no se tiene. Blair lo tenía. Vivía un romance perpetuo con las urnas, con su porte de estadista templado y su pico de oro: tres mayorías absolutas seguidas, la última firmada arrastrando ya las heridas de la invasión de Irak. Lo tuvo González, al que hubo que despegar de la Moncloa con agua caliente. ¿Lo tiene David Cameron? Dudoso, aunque casi todos los analistas concuerdan en que podrá seguir en el Gobierno, con una alambicada coalición con los liberal-demócratas, los unionistas norirlandeses y el apoyo puntual del populista –y algo populachero– UKIP.

El extraño Ed Miliband, un socialista de vieja escuela y de personalidad «geek», parecía un rival sencillo . Su popularidad personal está por los suelos. Pero se acerca el 7 de mayo y las encuestas siguen dictando un empate cerrado, con los dos partidos en torno al 34% de los votos. Además Miliband se está desempeñando mejor de lo previsto, con una calculada pose centrista. Las críticas de los afines al primer ministro se disparan. En los últimos días grandes empresarios y algunos compañeros tories han pedido al campeón de la derecha más pasión, más optimismo, menos colmillo con el rival (el ministro de Defensa ha acusado a Miliband de «apuñalar a su hermano David Miliband por la espalda» y muchos seguidores tories han salido a reprochar que ese no es el fair play inglés, consideran además que embarrar la campaña así ha sido un error táctico de los conservadores, pues opaca su excelente hoja de servicios económica, que debería ocupar el centro del debate).

«Puede que la gente me vea un poco… no sé, tranquilo, parsimonioso. Pero no es como yo me siento y no es como yo soy. Los conservadores somos gente práctica, sensata, no solo queremos pasión, queremos también un plan», se ha defendido el líder torie, de 48 años, un ex relaciones públicas licenciado en Oxford, previo paso por Eton, de buena familia y casado con una mujer de linaje aristocrático y mucho dinero. El primer ministro es hijo de un acomodado agente de bolsa, tiene sangre de reyes, merced a una amante del «rey loco» Jorge III, y es nieto de un judío sefardí alemán, Emilio Levita.

Los Cameron tienen tres hijos y perdieron uno, Iván, que nació con una severa parálisis cerebral. Aquella tragedia los acercó al gran público, los humanizó. Pero siguen resultando inconfundiblemente «posh», patricios ingleses, amigos de los restaurantes «trendy» de Mayfair, de las compañías endogámicas de pandilla Eton-Oxford, dueños de una casa de 2,8 millones de euros en North Kensington y otra de dos millones en la campiña de Oxford, amén de una impresionante finca que heredó Samantha, alta ejecutiva de éxito, que ha dado la vuelta a una empresa clásica de papelería.

Nigel Farage , el líder de UKIP, el hombre de la pinta, que suele ejercer el rol de bufón oficial del Reino, ha bromeado con que Cameron se ha teñido el pelo en campaña. «No –ha negado el primer ministro en 'The Sunday Times'–, al revés, quiero más canas, la gente sigue diciendo que le parezco joven».

Cameron es, desde luego, más popular que Miliband, al que supera en valoración en ocho puntos. También resulta un orador eficaz, que habla con estudiado énfasis actoral. Pero se diría que a los británicos les resulta un político más solvente que querido. Claro que él mismo ha explicado, con bastante razón, que es difícil emerger sin cicatrices de una resaca como la de la crisis financiera global: «Hacer un ajuste fiscal de 120.000 millones de libras y tener a la gente saltando de alegría no es precisamente fácil».

Faltan diez días para los comicios. Cameron no se puede presentar con mejores credenciales económicas. En cinco años su Gobierno de coalición con los liberales ha creado dos millones de puestos de trabajo y ha dejado la crisis muy atrás . La semana pasada se han conocido datos que confirman que por primera vez en seis años crece el nivel de vida. El paro es casi friccional, solo un 5,6% (4,2% en Inglaterra) y hay 31 millones de personas trabajando. El FMI ha otorgado al Reino Unido sus mejores previsiones entre los grandes países occidentales. «Somos la factoría de trabajo de Europa, hemos creado más empleo que el resto de los países de la UE juntos», resalta Cameron una y otra vez. Y es cierto. Pero….

El viernes, «Financial Times», la biblia económica de Londres, publicó que había hecho un barrido entre veinte directivos de firmas del índice bursátil FTSE 100 y los encontró «inquietos, porque a pesar de la recuperación económica, Cameron no abre hueco». Le reprochan haber hecho una campaña en negativo, con «ataques personales a la oposición», y embarcarse en promesas populistas de gasto, cuando una de sus divisas era la consolidación fiscal.

Dos días antes, «The Times», el periódico conservador de Murdoch –con cuyo universo compadreó Cameron en sus primeros días, hasta que se apartó tras el escándalo de las escuchas– aireó críticas tories de que a su líder le está faltando un poco de sangre, carne en el asador. Boris Johnson, el alcalde de Londres, que también huele el rastro de la sangre, pero la de su líder, ya se ha apresurado a recordar que para él sería «maravilloso» aspirar al liderazgo torie. Cameron ha abierto innecesariamente esa carrera, al anunciar que no buscará la reelección, y podría ser un primer ministro pato cojo.

La semana pasada Boris, la ambición rubia, y David acudieron a un colegio del sur de Londres en un acto de campaña. Allí dedicaron nueve minutos de su tasadísimo tiempo a completar un puzle con alumnos de cuatro años. El gesto de simpatía les salió por la culata, porque el primer ministro se negó a atender a los periodistas y pasó a hablarse de eso, y no de la bonhomía de los dos líderes con los infantes. La agenda electoral del primer ministro está siendo secretista y con poco contacto espontáneo. En su descargo cabe recordar que el país está en grado dos de alerta antiterrorista desde septiembre. Pero hasta su afín «The Times» ha tronado en un editorial: «Esto no es Rusia. Es una democracia real. Los votantes tienen derecho a saber dónde están haciendo campaña los candidatos y a hacerles preguntas duras, lo mismo que la prensa».

A Cameron le ha molestado que se le acuse de recurrir «al plasma», que se diría en España: «No acepto esa crítica. He dado muchos paseos todos estos días. Pero de todas formas al final la campaña no va de fotos u oportunidades de encuentros, va de quien está capacitado para gobernar este país». Cameron ha renunciado también a un debate cara a cara en televisión con Miliband. Entendió que podía dar una oportunidad a su rival y solo ha concedido uno, pero con otros seis candidatos.

Cierto que en toda esta hojarasca puede haber mucho de teatrillo animado y fomentado por los medios. John Major, el primer ministro torie que sucedió a Thatcher, ganó unas elecciones en 1992 por mayoría absoluta cuando todas las encuestas le daban por desahuciado hasta 72 hora antes. Los conservadores han desempolvado a Major la semana pasada, tal vez para animar a su parroquia con aquel ejemplo de vuelco electoral. El viejo zorro ha dejado una frase maestra: «Nunca he visto una campaña que no se diga que va mal».

Cameron, que conserva el sentido del humor, ha reconocido en una entrevista que su hija Nancy, de once años, lo compara con el padre de la serie americana «Modern Family», un tipo que se esfuerza por ser moderno y estar a la última, pero que acaba sonrojando a sus hijos. No le sale con soltura. No es su naturaleza.

Puede ser una pista. Pero tal vez sea mejor esta otra. Cuando empezaba, a Cameron le preguntaron por qué quería ser primer ministro. Su respuesta fue: «Creo que puedo hacer bien ese trabajo». Correcto, sí. Pero es más la contestación de un relaciones públicas que de un estadista.

Si antaño se buscaba el poder para conseguir unos objetivos para el país –al menos nominalmente–, ahora se trataría solo de «yo valgo para eso». El resultado es que las líneas ideológicas se diluyen y el tacticismo crece. Cameron ha anunciado un recorte adicional en el Estado del bienestar de 12.000 millones de libras en la próxima legislatura, acorde con lo que ha hecho durante su mandato. Pero en campaña se ha desmarcado con promesas propias del laborismo, como más horas de cuidados gratis para niños, ayudas para que 1,3 millones de británicos compren sus viviendas y una inyección extra en la sanidad pública de 8.000 millones de libras extras anuales. El «conservador compasivo» ha vuelto tras escuchar el clarín de la apretura en las urnas.

Cameron no despega, los suyos se inquietan

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación