Populismo y crisis en la mayorías más holgadas de la historia

Las victorias más aplastantes han ido acompañadas, en ocasiones, de denuncias de fraude y controversia

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l.r.

A sus 55 años, el recién reelegido presidente de Bolivia , Evo Morales, cumplirá 14 años en el poder cuando termine su periodo en 2020. Morales ha ganado las elecciones con casi dos tercios de los votos, unos 5,1 millones de sufragios emitidos en Bolivia, sin contar los emitidos por 200.000 bolivianos en el extranjero. Su caso es un ejemplo de personalismo político, común en la política latinoamericana y un «rasgo cultural que hunde sus raíces en la historia de la región», tal y como explica a ABC.es la profesora Leticia M. Ruiz Rodríguez, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense .

«A los caudillismos que protagonizaron los procesos de independencia, les siguieron periodos de centralización del poder en torno a un líder durante periodos no democráticos y, posteriormente, con los procesos de transición, asistimos al nacimiento de partidos con un alto grado de personalismo en su gestión interna y muy condicionados por la voluntad del líder», explica Ruiz. De ahí que, más allá de Morales, la historia haya sido testigo de casos semejantes como los de Hugo Chávez en Venezuela o Rafael Correa en Ecuador. Sin embargo, estas victorias no están exentas de controversia.

«Chávez o Correa son ejemplos de liderazgos que se perpetúan en el poder y son riesgos de los regímenes democráticos. Aquí es donde resulta vital el uso de mecanismos institucionales, como las cláusulas de no reelección, que pueden frenar ese afán de perdurar en el cargo. Por ejemplo, Estados Unidos lo tiene bien resuelto: sólo dos mandatos consecutivos y no ha habido reformas constitucionales para cambiar este punto. Lo que sucede en América Latina es que se han iniciado en algunos países procesos constituyentes que tenían como uno de los objetivos, a veces el más importante, retirar esa cláusula o hacer que los relojes empezaran desde cero a partir de la aprobación del nuevo texto y así volverse a presentar, en realidad, a lo que era una reelección», explica Leticia M. Ruiz.

De ahí que Chávez ganara las elecciones con el 54,4% de los votos frente al 44% que obtuvo su oponente, Henrique Capriles, lo que le hubiera permitido estar en el poder hasta el año 2019. Por su parte, Correa también se alzó con una holgada victoria gracias al 56,7% de los votos obtenidos , mientras que su principal opositor, el exbanquero Guillermo Lasso, se hizo con el 23,3%.

Evidentemente, detrás de victorias de esta clase, más allá de ideologías, entra en juego el contexto social y económico que vive el país, además de, como añade Ruiz, las alternativas: «Cuanto más tiempo pasa un líder en el poder, más densa es su red de apoyos y lealtades ya que maneja recursos derivados de su posición con los que es más fácil mantenerse. Desde este punto de vista, la oposición lo tiene muy complicado y llegado el momento tiene que, forzosamente, actuar de forma unida. Es lo que hizo la Concertación en Chile en las elecciones de 1989 para derrotar en las urnas a los partidarios de Pinochet».

La importancia de la primera vuelta

Más allá de América Latina, como apunta esta investigadora del portal de « Opinión Pública » de Brasil, es difícil encontrar casos semejantes. «Por ejemplo, en Europa no tenemos presidencialismo, nuestros partidos están menos personalizados y ello hace que no tengamos a presidentes con mayorías tan holgadas. Eso sí, ha habido fuertes liderazgos, muy diferentes: Thatcher, De Gaulle, por citar dos ejemplos que con el tiempo se vieron erosionados por la aparición de líderes y partidos de oposición con un mensaje alternativo que perseveraron en presentar un proyecto propio». Eso sí, casos como el de Vladimir Putin son ejemplo de una victoria «aplastante» con fuertes críticas.

Putin se convirtió en el «presidente de hierro de Rusia» tras la resonante victoria conseguida en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de marzo de 2013 , con el 63% de los votos en la primera vuelta, para que quedara claro que es el líder absoluto. Las acusaciones de fraude no se hicieron esperar, encabezadas por el comunista Guennadi Ziugánov, quien entonces declaró que los comicios no fuero «ni limpios, ni justos ni dignos».

En África son múltiples las victorias holgadas que, por norma, van acompañadas de denuncias de fraude. En Zimbabue, Robert Mugabe (90 años actualmente) logró la victoria en agosto de 2013 con el 61% de los votos en unas elecciones calificadas por la oposición como de «tremenda farsa». También entre acusaciones de fraude electoral Abdelaziz Buteflika se hizo con el poder -en unas elecciones que contaron con observadores internacionales- en Argelia en abril de 2014 con el 81,53% de los sufragios, reelegido por tanto para un cargo que ejerce desde 1999.

Dos de los líderes que terminaron siendo echados por la población de sus respectivos países en las llamadas revueltas árabes, también fueron protagonistas de aplastantes, pero muy cuestionadas, victorias. En Egipto, Hosni Mubarak, logró en 2005 una victoria con el 88,6% de los votos y una participación del 23%. Un año antes, en Túnez, Zine el Abidín Ben Alí, volvió a ser reelegido para un cuarto mandato, con el 94,48% de los votos válidos.

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