madre española por el mundo
«En Brasil respetan mucho la infancia y sus tiempos»
Una consultora nos cuenta las ventajas de educar a su hijo en Sudamérica
Marta Miguel llegó a Brasil con su pequeño Luis, de 3 años y medio, aprovechando una oferta de trabajo de su marido, también Luis, en Río de Janeiro. Pero la crisis en Europa fue determinante cuando les llegó la hora de ser repatriados y decidieron quedarse en América Latina, donde pensaron que tendrían más oportunidades laborales y por percibir que Brasil era «un lugar genial para los niños». «No nos imaginábamos que venía la crisis. Vinimos porque nos apetecía, y porque nos encanta vivir fuera», cuenta la catalana de 39 años, que vivió en Madrid, Londres, Río, Buenos Aires y ahora en São Paulo, donde trabaja como consultora internacional de Acció, del gobierno de Cataluña.
Respeto por la infancia
Una de las cosas que más le llamaron la atención a Marta en Brasil, fue que la infancia parecía mucho más protegida que en Europa. Ella tiene la impresión de que en Europa son menos indulgentes y permisivos con los niños, tanto, que cuando viajaba de vacaciones a España, su hijo le preguntaba por qué la gente se enfadaba con él. «Me parece un sitio espectacular para tener un hijo. Los niños aquí son niños. Pueden jugar. Se respeta muchísimo la infancia y sus tiempos. En España, a veces, si un niño llora en un restaurante, vienen las miradas críticas. Aquí, se levantan tres personas de tres mesas diferentes, dicen que el niño es un encanto y le hacen una carantoña para que no llore», dice Marta.
Otra ventaja es que los servicios, a pesar de haber aumentado en los últimos años con la ascensión social de las clases más bajas, aún son más baratos que en España, dentro y fuera de casa. Eso le permite tener una señora que la ayuda en casa tres horas por día, tener portero en el edificio y encontrarse con gente más amable en todos lados. «Vas a una zapatería con tu hijo y le quitan el zapato, se lo ponen. Parecen tonterías, pero es normal aquí que la gente sea más amable», comenta sobre los cuidados y las atenciones de los brasileños, que a veces la hacen sentirse como una marquesa sin serlo. «A veces uno va a un restaurante y parece que hay más camareros que clientes», bromea. Las facilidades de servicio, sin embargo, también generan según esta mujer algunos inconvenientes, «a la hora de enseñarle a su hijo a ser un niño normal, que tiene que aprender a hacer las cosas de casa, a hacerse la cama a poner la mesa».
Fuerte estratificación social
La decisión de colocar a Luis en una escuela privada fue uno de los primeros aprendizajes de Marta en Brasil. Después de una excelente experiencia en una escuela pública en Barcelona, visitaron una similar en Ipanema, uno de los barrios más caros de Río, pero se sorprendieron con las marcadas diferencias sociales de Brasil. «La estratificación social es muy fuerte. Vinimos de un mundo europeo donde no hay clases sociales, y aquí son tan marcadas. Y la calidad de la educación pública es muy baja», comenta Marta, reforzando que ella y el marido son de clase media, y que mantener a Luis en una escuela privada representa una buena parte de su ingreso familiar. «Soy de una familia muy normal. Mi marido y yo fuimos los primeros universitarios de la familia», destaca. «En la escuela pública que Luis estudiaba en Barcelona había toda la estratificación. No te sentías raro porque todas las clases estaba allí. Cuando visitamos la escuela pública de aquí no imaginábamos que las diferencias sociales y culturales serían tan abismales», explica. «Parecíamos extraterrestres, siendo de clase media europea», compara.
A los diez años, Luis estudia en una escuela privada en São Paulo, con niños que tienen más dinero, pero donde no sufre ningún tipo de discriminación ni se siente diferente. «Le digo que vivimos en Walt Disney y que vivimos la realidad de sólo 20% de los brasileños. Siempre trato de mostrarle que aquí somos privilegiados. Nos encantaría que pudiese mezclarse. Ésa es una de las cosas que más nos está costando», dice Marta. La consultora nota que, a diferencia de España donde la mayor parte de las personas tiene un nivel social similar, en Brasil le toca subir algunos peldaños para convivir con gente como ella, lo que le cuesta bastante financieramente. «Son clases altas estratosféricas. Mi hijo va a la casa de amigos de la misma escuela que tienen cine en casa. Hablamos mucho con él para que no pierda el rumbo», explica Marta que vive con la familia en un barrio de clase media alta, en un piso de 60 metros cuadrados.
La conciliación
La familia de Marta también percibe la diferencia social cuando ve las dificultades de las clases más bajas. Ella resalta la ventaja que tiene de trabajar en una empresa que respeta sus horarios, lo que le permite llegar a casa a tiempo de aprovechar unas horas con su hijo, pero sabe que su empleada no tiene las mismas facilidades. «No veo muchos esfuerzos en la conciliación, que la veo un poco atrasada. Las mujeres más pobres necesitan contratar a alguien, a una vecina, para que le cuide a los hijos cuando sale a trabajar», observa.
Los beneficios sociales son exclusivos de los más pobres y no son universales, así como la sanidad, que a pesar de ser gratuita para todos, incluso para extranjeros, no da abasto. Eso obliga a la familia a tener un seguro de salud, que cuesta unos 500 euros, y que sería un lujo si no fuese pagado por la empresa de su marido, que trabaja en el mercado financiero. Marta aún no decidió si su hijo pasará la adolescencia en Brasil, pero mientras tanto, aprovecha las ventajas de vivir en el exterior. Con sólo diez años Luis habla fluentemente en castellano, catalán, inglés y portugués. Entre ventajas y diferencias, Marta cree que los problemas de una madre, al final, son los mismos en cualquier lugar del mundo.
Noticias relacionadas