El minimalismo alemán de Jil Sander

El Museo de Artes Aplicadas de Frankfurt inauguró ayer una exposición sobre la creadora y el depurado trabajo que abrió paso a una era en la moda

Retrato de Jill Sander ABC
María Luísa Funes

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«Estoy convencida de que la simplicidad puede ser un lujo». Esta frase de Jil Sander , hoy evidente y hace décadas impensable , forma parte de la retrospectiva que abrió ayer sus puertas al público en el Angewandte Kunst Museum de Frankfurt, centrada en el minimalismo y su obra. La creadora, nacida en Hamburgo en 1943, instauró las bases de un nuevo estilo de vestir despojado de todo adorno. La merecida exposición-homenaje no solo incluirá sus propuestas en cuanto a moda, sino referencias claras a sus gustos en cuanto a jardinería y arquitectura, campos que siempre han sido importantes para Sander.

La alemana, que afirmó ser consciente de cómo la ropa bien hecha hace sentir bien a quien la porta, comenzó a crear piezas para sí misma que se adaptasen a la figura en lugar de aportar decoración a la siluet a. Esta teoría de lo útil y lo cómodo, actualmente tan extendida, fue toda una revolución cuando Sander hacía desfilar a las entonces top models de verdad, desde Christy Turlington a Jasmine Ghauri o Tatiana Patitz, con estrictos atuendos monocolor carentes de todo ornato.

Reina del menos

Jil Sander, nacida como Hedeimare Jiline Sander en Wesselburen, un pueblo cerca de Hamburgo, siempre tuvo un punto de vista claro sobre el modo en que le gustaba vestir: «Desde pequeña, solía dar instrucciones a toda mi familia sobre cómo ir mejor vestidos. No es fácil vestir bien». La «reina del menos» – «The Queen of Less» – como pronto la llamaron en la prensa internacional, creció entre privaciones en la Alemania de la posguerra, y estudió técnica textil en la escuela de ingeniería de Krefeld, una población denominada como la «ciudad de seda», en Renania del Norte-Westfalia. En el año 1963 se había ido de intercambio como estudiante a Estados Unidos, donde acabó aterrizando en una revista de moda como redactora.

Tres años después de volver a Hamburgo en 1965, montó su pequeña tienda con una colección basada íntegramente en un tejido novedoso por aquel entonces , la fibra Tevira, con la que ideaba trajes de chaqueta y pantalón de excelente corte que pronto atrajeron a las profesionales más destacadas, sedientas de ser tomadas en serio en sus trabajos con atuendos cómodos e impecables, en los que destacaban sus favorecedoras camisas blancas en tejidos elásticos.

Tras un poco exitoso estreno en la pasarela parisina en 1977, consiguió consagrarse 11 años más tarde en la más moderna y radical semana de la moda de Milán. Cansada y desmotivada, vendió su empresa al grupo Prada en 1999, si bien se enemistó con los propietarios casi de inmediato, dejando la dirección creativa de la marca en 2000 para volver entre 2003 y 2004 . Desde entonces, se han sucedido varios creadores en la casa alemana, sin gran éxito: Milan Vukmirovic, Raf Simons o Rodolfo Paglialunga. Ahora que el nuevo dúo a cargo de la creación lleva unos meses, Luke y Lucie Meier han desfilado con lo que parecía más bien un homenaje a la modista de Hamburgo.

Su exposición retrospectiva, que permanecerá abierta hasta el mes de mayo, parece ser la mejor «medicina» para ilusionar de nuevo a la septuagenaria creadora , así como al enorme grupo de aficionados al minimalismo alemán cargado de «Zeitgeist», ese clima espiritual e intelectual en el que Sander siempre se inspiró.

El minimalismo alemán de Jil Sander

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