La hija secreta de Ruiz Mateos: «No me han dejado ver a mi padre antes de morir»
Adela Montes de Oca lleva tres años reclamando el apellido del fundador de Nueva Rumasa. La semana pasasa logró que un juez aplace la incineración del polémico empresario
Dos de los trece hijos de José María Ruiz-Mateos no pudieron acudir este miércoles a su misa funeral en la iglesia parroquial Nuestra Señora de la O, en Rota. Javier y Álvaro cumplen una condena de dos años y nueve meses de prisión por delitos contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social. Adela Montes de Oca, que asegura ser «la hija número catorce» del fundador del imperio Nueva Rumasa , tampoco pudo estar allí para despedirse de su padre. Pero, como ella misma dice: «Yo estoy sufriendo un castigo que es mucho peor...».
Adela, de 24 años y nacionalidad estadounidense, lleva tres años reclamando una prueba de paternidad contra Ruiz-Mateos. La muerte del empresario a los 84 años podría retrasar el juicio, que estaba previsto que comenzara en el mes de noviembre. Sin embargo, la joven acaba de obtener una pequeña victoria en su batalla legal por un apellido que fue sinónimo de riqueza y poder en la España de los años 80. El Juzgado de Primera Instancia número 2 de Pozuelo de Alarcón ha ordenado el retraso en la incineración del cuerpo del polémico empresario , fallecido el pasado lunes en El Puerto de Santa María, para practicar una prueba de paternidad solicitada a instancias de Adela, que es representada por la famosa abogada Teresa Bueyes. Pero, como ella misma reconoce, es un «triunfo agridulce».
«He llorado en silencio la muerte de mi padre porque ni mis amigos más íntimos saben toda la verdad sobre mi vida» , confiesa al otro lado del teléfono desde Chicago, su ciudad natal. Allí trabaja en el departamento de Marketing del canal de televisión hispano Univisión. «Honestamente, me da un poco de vergüenza contarles a mis compañeros esta situación», añade. De fondo se puede oír la voz de su madre, Patricia Montes de Oca, la mujer con quien Ruiz-Mateos habría tenido un affaire hace 24 años. Según el relato de Patricia, se conocieron en Chicago en noviembre de 1989 y en abril de 1990 se reencontraron en Madrid. Siempre según su relato, el 11 de junio de 1991 nació Adela María, fruto de esos encuentros clandestinos. «Mi madre es mi apoyo y mi todo. Vivimos juntas», dice la hija número catorce, que durante más de dos décadas vio a su padre a escondidas, a espaldas de Teresa Rivero, la matriarca del clan de la abeja.
—¿Cómo se enteró de la muerte?
—El domingo yo estaba en una boda. Esa misma noche recibí un mensaje de un buen amigo español que me decía: «Lo siento mucho, Adela». Al principio no sabía de qué hablaba. El lunes a las cinco de la mañana recibí una llamada de mi madre. Así descubrí que mi padre había fallecido.
—¿Algún miembro de la familia Ruiz-Mateos ha intentado ponerse en contacto con usted?
—No. La semana pasada, cuando supe que mi padre estaba muy enfermo, le escribí a mi hermana Begoña preguntándole por la gravedad de la enfermedad. Nunca me contestó...
—Begoña es la rebelde del clan, la que se ha distanciado del resto de la familia. ¿Suele hablar con ella?
—Lo intento, pero nunca responde. Su esposo, Antonio Biondini, es quien se comunica conmigo. Esa es su forma de hablar conmigo. Si no estuviera de acuerdo, ni siquiera su marido hablaría conmigo. Él es muy amable y se porta muy bien con mi madre y conmigo.
—Su padre ha muerto sin reconocerla. ¿Le duele esa cuenta pendiente?
—Lo que más me duele es que no lo pude ver, no pude despedirme. No quiero echarle la culpa a nadie, pero mis hermanos no me dejaron verlo en su lecho de muerte. En septiembre del año pasado fui a la casa de mi padre en Somosaguas y su mujer, Teresa, no me dejó ni entrar. Me dijo que me largara. Desde entonces, nunca más pude verlo.
—¿Por qué él no quiso reconocerla? ¿Presiones familiares?
—Sí, ellos tienen una imagen pública de familia perfecta y no querían mala publicidad, al menos no más de la que ya tienen. Teresa y sus hijos no quieren que lleve el apellido ni que tenga los derechos que me corresponden. Con la relación que yo tuve con mi padre, con el que siempre me hablé, sé que fue su familia la que se opuso a la prueba de ADN.
—¿Por qué se interrumpió la relación con su padre?
—Hace tres años estábamos hablando por teléfono y yo, que entonces ya era mayor de edad, le dije que quería que me reconociera. Le dije: «No quiero que me ocultes más. Quiero ser igual que tus otros hijos». Así nos empezamos a pelear. Él me dijo que no había necesidad de ello, que era peligroso. Dejamos de hablarnos y solo nos comunicábamos a través de una sobrina suya, que era quien nos transfería dinero. Él me suplicó que no iniciara la demanda de paternidad. Fue la última vez que hablamos. Lo último que me dijo fue: «¿Para qué quieres ser una Ruiz-Mateos?».
—¿Sus hermanos han puesto trabas para que avance la demanda de paternidad contra su padre?
—Eso creo yo. Si hubieran ayudado, sin duda el caso ya estaría resuelto.
—No sé si lo sabe, pero los Ruiz-Mateos están embargados. Probablemente usted no recibiría ni un euro.
—No he pensado en ello. Sé que mi familia sufre penurias económicas, pero yo no estoy detrás del dinero o la herencia, solo quiero mi apellido.
—Un juez ha logrado frenar la incineración de los restos de su padre. ¿Ve más cerca la prueba de paternidad?
—Sin duda, aunque me da lástima. Todo habría sido más fácil si él estuviera vivo. Suena un poco feo que ahora tengan que exhumar sus restos para esto. Me duele, pero ya no hay marcha atrás.
—¿Vendrá usted a España?
—Quería ir al funeral, pero no iba a llegar a tiempo desde Chicago hasta Cádiz. Tampoco creo que me hubieran dejado entrar a la iglesia. No quería montar un escándalo.
—¿Sabe que dos de sus hermanos no han podido ir al funeral porque están cumpliendo condena en la cárcel?
—Es muy triste. Pero son una gente... Entre ellos mismos no se quieren. Por eso tampoco espero que me quieran.
—Pero todos ansiamos ser amados...
—Sí, me gustaría, eso sería lo ideal. Pero yo soy realista.
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