Para Julio, la vida sigue igual
Desde que se retratara así en 1987, muchas cosas han cambiado para él. Aunque no lo esencial: su pasión y sus respuestas para todo

Por aquel entonces, mediada la década de los 80, Julio Iglesias llevaba años conquistando países sin más arma que su voz . Una voz aterciopelada que rendía voluntades de Brasil a Filipinas, de Argentina a Inglaterra, país este último donde, en algunos de sus aeropuertos, se vio a las azafatas de la British correr por los pasillos para pedirle un autógrafo al grito de «¡Julio!, ¡Julio!» con ese típico acento que gastan los ingleses cuando dicen algo en español. Y es que aquel Julio, como César, tenía un imperio. En este caso, melódico. Un imperio donde nunca se ponía el sol y donde él siempre se ponía al sol.
Era aquel un Julio Iglesias en blanco y negro, pues así le gustaba vestir para salir, luego, a todo color en las revistas del corazón. En el suyo ya no llevaba a Isabel Preysler , aunque sí a los hijos que tuvieron juntos: Chábeli, Julio José y Enrique. Presumía el cantante de que su mejor amigo era un perro, «Hey», que tenía el mismo nombre que uno de sus álbumes y temas más emblemáticos. «Hey / no creas que te guardo algún rencor / es siempre más feliz quien más amó / y ese siempre fui yo...» .
En la isla de Indian Creek , en Miami, levantó su fortaleza a la que se accedía transitando por un puente tan blanco como sus camisetas y tan largo como dos o tres Romays tumbados en fila india. Era un remanso de paz solo alborotado por las trastadas de Julio José y de Enrique en el bordillo de la piscina y por los ladridos de tres pointers que recibían a las visitas y que, tras olisquearlas, daban su visto bueno perruno para alejarse por donde habían llegado. Entonces, Julio Iglesias recibía a los periodistas en su propio territorio , les abría las puertas de su casa de par en par e incluso les reponía la maleta si la línea aérea correspondiente la había extraviado por el camino.
Hoy para muchos la vida ya no sigue igual. La dictadura de la crisis ha cortado muchas alas y el mandato del e-mail ha anulado voces y matices. Con suerte, Julio se pone al teléfono durante unos minutos o reúne a la prensa en impagables convocatorias donde sigue demostrando que en dar titulares es un maestro . Jamás se escaquea de una pregunta, para todo tiene respuesta.
Ahora Julio se recupera en Marbella de una operación de lumbares a la que se sometió en Nueva York el pasado mes de junio. La intervención fue un éxito, pero la recuperación le mantiene fuera de juego. Ha tenido que cancelar su concierto en el festival Starlite, el mismo en el que su hijo Enrique ya ha colgado el cartel de «no hay entradas» dos semanas antes de subir al escenario marbellí. «Estoy haciendo terapia. No me voy a morir ahora» , ha declarado Iglesias hace dos días a una periodista de «Clarín» .
No le toca, por supuesto. Como tampoco le tocó en el accidente de tráfico que, en 1962, le dejó casi paralizado durante un año y medio y arruinó sus sueños de futbolista . A cambio, ganamos al artista español más universal. Las secuelas aún persisten en su espalda, pero no en su moral. Julio todavía es Julio, aunque ya no gaste camisetas blancas ni reciba en casa.
Noticias relacionadas