Un salto hacia lo desconocido
Nada me gustaba que más que ponerme los cascos, encender el micro y modular la voz antes de pronunciar un «buenos días»
![Un salto hacia lo desconocido](https://s2.abcstatics.com/Media/201507/08/radio-relato-verano--644x362.jpg)
20 de junio, comienza el verano. Aunque no iba a ser un verano como otro cualquiera. Esta vez, no tendría ni sol, ni arena, ni olas… ni siquiera tiempo. Me enfrentaría a algo completamente desconocido , algo que viviría por primera vez.
Mis primeras prácticas periodísticas fueron en una pequeña emisora situada en el municipio de Moraleja, en Cáceres . Tiene cobertura en la mayor parte de la provincia, aunque sus oyentes más fieles se concentran en la verde y cálida Sierra de Gata, zona que es muy recomendable visitar.
Cuando fui consciente de que iba a comenzar una importante etapa de mi vida, dos sentimientos radicalmente dispares se apoderaron de mí. Por un lado, el miedo a no saber responder ante la empresa, que había depositado su confianza en mí. Por otro, la felicidad me invadía al pensar que iba a ejercer la profesión más bonita del mundo.
El 1 de julio di un salto de la cama dos horas antes de incorporarme a la empresa. Con el estómago vacío emprendí la marcha hacia el que iba a ser mi hogar durante los casi 4 meses que dura la época estival. Un nudo en el estómago me acongojaba cuando fui a tocar el timbre.
Lucía, una joven periodista que iba a tener que soportar mis interminables preguntas durante todo un cuatrimestre, me recibió en el descansillo. Más tarde, fue la misma jefa, Mónica, la que se dirigió hacia mí para mandarme tareas, sin tapujos, para no perder tiempo . «Coge los cacharros y vete al instituto que viene a dar una charla el diputado de desarrollo de Cáceres». Un escalofrío recorrió mi cuerpo. «¿Qué tengo que hacer?» Nadie contestó.
Yo, menuda e insignificante en aquella sala, tuve que armarme de valor. Agarré la grabadora con una mano, el micro con la otra y me colgué la mochila llena de cables y “cacharros” que no sabía cómo utilizar . Las ganas e ilusión con las que me desperté ese día, fueron los electrodos que me impulsaron a salir por la puerta a paso de militar dispuesta a hacerle un sinfín de preguntas a aquel señor que yo no conocía de nada. El alcalde de Moraleja y el diputado estaban esperándome cuando llegué. Mi angustia se convirtió en alivio cuando el alcalde me soltó la típica frase de «no te preocupes, todos hemos tenido una primera vez». A partir de ahí, la cosa fue rodada. Bueno, más o menos. Grabé la entrevista unas tres veces, y con la voz titubeante . Al pronunciar la última pregunta, respiré hondo.
Volví a la oficina siendo todavía un fantasma. Todos corrían de aquí para allá como si el tiempo se fuese a extinguir y yo continué con las tareas que Mónica me había encomendado.
Mientras tanto, mi familia y amigos escuchaban la radio expectantes a que sonara mi voz .
Fue un día maravilloso. Bueno, fueron cuatro meses maravillos en los que la profesión se había convertido para mí en algo adictivo. Aunque no voy a negar que más de una vez me mordí la lengua cuando la jefa se dirigía hacia mí con tonos altos y no muy amables.
Sin embargo, desde aquel momento nunca más querría dedicarme a otra cosa. Nada me gustaba que más que ponerme los cascos, encender el micro y modular la voz antes de pronunciar un «buenos días».
Ha transcurrido algo más de un año desde que di un salto hacia el mundo periodístico y hoy, mi verano ha comenzado una vez más sin sol, arena y olas...