Los trajes de Mario Vargas Llosa se amontonan en la tintorería
Las prendas del Premio Nobel permanecen colgadas de sus perchas a la espera de que alguien las retire
Lo malo de separarse tras cincuenta años de casado con una mujer que ha sido tus pies y tus manos es que uno no sabe dónde está cada cosa ni cómo solucionar esos problemas domésticos que, si se controlan, no tienen porqué ser un suplicio. Al Premio Nobel Mario Vargas Llosa algo de esto le está ocurriendo una vez abandonó el domicilio conyugal para instalarse en un apartamento del Hotel Eurobuilding (se nota que es un clásico, porque esto ya lo hacían muchos de los que se separaban a finales de los años 70) y comenzar una nueva vida sentimental junto a la mujer que ama . Porque si alguien creyó que Isabel Preysler podría ser un simple affaire o un capricho , o tan siquiera una asignatura pendiente, se equivocó de pleno.
El escritor peruano está decidido a ir hasta el final y por eso sus únicas declaraciones al respecto hasta la fecha hayan sido para confirmar que se está separando de su mujer y dejar bien claro ante el mundo que lo suyo con Isabel va muy en serio. Pero volviendo a esa problemática diaria del que recupera la soltería (y con ello todas las responsabilidades), me cuentan que el Premio Nobel debe estar echando en falta algunos de sus trajes puesto que cuando estalló la crisis matrimonial con Patricia Llosa varios conjuntos se habían mandado a la tintorería de su barrio en Madrid y allí siguen, a la espera de que alguien los recoja.
Como pueden imaginar, entre el vecindario y los comerciantes que conocen a los Vargas Llosa desde hace mucho tiempo, esta ruptura ha causado tanta sorpresa como a muchas de sus amistades y he aquí que ahora, por aquello de no saber qué hacer ni a quién llamar , los trajes del Premio Nobel permanecen colgados de sus perchas a la espera de que alguien los retire, pero con la esperanza de que sea el propio Vargas Llosa quien se encargue de ello para evitar posibles malentendidos.
Son esos pequeños detalles cotidianos que ahora el autor de «La fiesta del chivo» tendrá que solucionar seguramente con la ayuda de Isabel Preysler , que en cuestión de organización es toda una experta.
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