El secuestro en China de la doble española de Pamela Anderson
Le prometieron un contrato como DJ pero acabó en manos del mafioso chino «Din Don»
No es un cuento chino, aunque la experiencia de Annita Yes, la doble cañí de Pamela Anderson, bien podría simularlo. Todo empezó en 2013 cuando Annita fue contratada para desarrollarse artísticamente en China. La experiencia resultó interesante. Comprobar que su imagen resplandecía en cartelería de neón situada sobre los principales edificios de la Pekín le hizo creer en un futuro más próspero. Imaginó, por un instante, que había dejado de ser la doble de Pam para convertirse en una estrella en China.
Pasó el tiempo y su teléfono volvió a sonar. Eran ellos. Sobre la mesa, una oferta en firme a partir del 27 de octubre: tres meses de trabajo en China por los que recibiría una cantidad final cercana a los 6.000 euros. Su devenir sería muy similar al de su primera incursión: dos meses de Dj residente en una discoteca y 30 días de gira por el país: «Se nos garantizó que se gestionaría perfectamente la visa».
Ni inglés ni español
En esta ocasión, Annita no se fue sola. Le acompañó la cantante Susana Villegas . A su llegada, una comitiva les esperaba con agasajos y bienaventuranzas. Nada hacía presagiar que su sueño se tornaría amarga pesadilla. Les trasladaron a un lujoso hotel y les prometieron una estancia ininterrumpida. ¡Oh no, la puerta sonó a la mañana siguiente! La brusquedad del hombre que apareció al otro lado les sorprendió sobremanera. Les obligó a recoger sus pertenencias y les subió a un coche que les llevaría hasta un edificio lúgubre que les arrancó, como se arrancan las ilusiones, de su sueño asiático.
El panorama que se encontraron tras adentrarse en la vivienda era dantesco. La casa, que carecía de condiciones mínimas de salubridad, era más bien una porqueriza en la que se acumulaban excrementos y suciedad en cada una de sus estancias: el baño no tenía urinario y tan sólo estaba dotado con una manguera con la que debían asearse.
Además, para sorpresa de las huéspedes, también estaban obligadas a convivir con Din Don, uno de los contratantes con el que la comunicación era quimérica: no hablaba inglés y tampoco castellano. Ante sus quejas, los empresarios españoles que habían ejercido de intermediarios apenas daban soluciones: «Nos decían que eran las condiciones pactadas y que poco o nada se podía hacer. Empezamos a pedir que nos sacaran de allí», explica Annita.
Sin embargo, sus pretensiones no podían llevarse a cabo. Din Don les había requisado todo el dinero que habían llevado en su viaje con la promesa de que lo iba a cambiar por la moneda local, y la embajada más cercana estaba a más de cuatrocientos kilómetros. Esa misma mañana les entregaron un nuevo contrato laboral. No era el mismo que ya habían firmado en España, que les garantizaba un visado de trabajo: «En este decían que íbamos a trabajar como turistas y que lo haríamos de forma gratuita durante los primeros 30 días». La desesperación pronto dio paso a la angustia. Estaban secuestradas sin estarlo. Arrinconadas en un pueblo de la China más profunda. Atemorizadas porque las amenazas para que cumplieran con sus obligaciones profesionales cada vez eran más intensas y continuadas.
A pie hasta Hong Kong
Sin dinero, iniciaron comunicación con su representante, mientras acudían diariamente a sus puestos de trabajo. Jugándose la libertad trabajando con una visa de turistas. Fue el manager de Annita el que logró sacarlas de allí tras un calvario en el que no faltaron llamadas a la embajada y a cuerpos de seguridad españoles. Las advertencias sirvieron para que les devolvieran el dinero y les sacaran los billetes de vuelta para el día siguiente: «Nuestra sorpresa llegó cuando, al entregarnos la documentación, averiguamos que los billetes estaban fechados para un mes más tarde y cuando les pedimos explicaciones nos dijeron que nunca íbamos a salir de allí y que nos habían devuelto el dinero a cambio de nuestro silencio».
Annita y Susana planearon una huida. Consiguieron saber que muy cerca de la casa en la que vivían había un autobús que les serviría para llegar a la frontera con Hong Kong [estaban en Zhaoqing]: «Cruzamos andando la frontera».
Agarraron sus pertenencias y, aprovechando que Din Don estaba trabajando, marcharon airosas dos semas después. Ya en España, Susana y Annita se recuperan del susto. No quieren oír hablar de China. Tampoco pensar qué habría sucedido si no hubieran llegado a escapar: «Llegamos a pensar que nos iban a asesinar». Ahora preparan acciones legales para que los responsables de su pesadilla oriental no vuelvan a actuar: «Yo ya estoy curtida en mil batallas, pero si cogen a una chica de 18 años la destrozan», sentencia.