Perico Vidal, el mejor amigo español de Frank Sinatra

En el documental «La noche que no acaba», Perico Vidal cuenta que durante una fiesta en Hollywood Frank Sinatra no daba con Ava Gardner. Fue a su casa y no estaba. Fue a casa de Lana Turner y se las encontró en la cama. «¿Y qué hiciste?», le preguntó Perico. «Las cogí de las peras y las arrastré hasta la piscina». En «Big Time: la gran vida de Perico Vidal», de Marcos Ordóñez (Libros del Asteroide), cuenta que se las encontró a mediados de los 50 en El Duende, el tablao de Pastora Imperio, «riendo como dos diosas». Unos días antes, Orson Welles le había presentado a Ava en el Castellana Hilton. Welles fue el culpable de que Perico Vidal se dedicara al cine , de que fuera asistente, ayudante de dirección, encargado de casting y hasta negro. Trabajó en casi todas las grandes superproducciones rodadas en España. Y eso significa haberlo hecho con Welles, Stanley Kramer, Mankiewicz y, sobre todo, David Lean.

Perico Vidal, que murió en diciembre de 2010 a los 84 años, era un señorito hijo de madre soltera y padre de buena familia. Alguien que hablaba inglés y francés. A Welles lo conoció en Cannes. «Voy a rodar ‘‘Mr. Arkadin’’ en España. ¿Quieres ser mi assistant?». Y ahí empezó todo. La siguiente fue «Orgullo y pasión», donde sacaba a pasear a Frank Sinatra. Entre juergas, mujeres y sillazos a un retrato de Franco en el hotel de El Escorial, se hicieron amigos. Vidal y Enrique Herreros fueron testigos una noche en la que Sinatra cantaba sentado al piano mientras hablaba por teléfono con Ava Gardner. Dos horas. Y apareció ella. Con un abrigo de visón blanco y nada debajo. Desaparecieron juntos. Cuando Sinatra volvió al rodaje las maquilladoras tuvieron que disimularle los arañazos. También recuerda a Ava en la venta de Manolo Manzanilla, donde se soltaba el pelo. «Podía subirse a una mesa, levantarse las faldas y ponerse a mear [sic.] como si tal cosa».

Lo que Vidal, con la ayuda de Marcos Ordóñez, comparte de Sinatra, en España o en Estados Unidos, en Zambra o en el Sands de Las Vegas, es mucho mejor que el tan alabado resfriado de Gay Talese. Su séquito, sus rutinas. Cuando se levantaba (tarde) repasaba la lista de chicas que le habían llamado para organizar las citas. «La lista se la pasaba Hazel, una criada negra, que había sido sirvienta de Greta Garbo».

De «De repente, el último verano» sólo tiene malos recuerdos. Por Mankiewicz, «un hombre seco, continuamente malhumorado», y por Liz Taylor, «una diva intratable». Todo lo contrario que de Nicholas Ray y «Rey de reyes». Chistoso es el encuentro entre Nick y Buñuel, que estaba rodando «Viridiana». Ray se moría por conocerlo y al final fue como esa única vez que Joyce y Proust se vieron. Casi no se dirigieron la palabra.

Pero la persona más importante cinematográficamente para Perico Vidal fue David Lean, al que llegó a través de Anthony Asquith. Lean iba a trasladar «Lawrence de Arabia» de Jordania a España (el rey Hussein conoció a Muna, que era telefonista de producción, en el rodaje). En la llegada de Lawrence al cuartel general inglés en Jerusalén fue él quien consiguió que los 800 extras se mostraran entusiasmados: les hizo creer que el que venía era Antonio Ordóñez. Luego llegaría «Doctor Zhivago», rodaje que duró de diciembre del 64 a octubre del 65. En 1967, Vidal recibió una carta de Lean. Había ganado tanto dinero con la película que le mandó un cheque de 50.000 dólares. En su funeral en la catedral de San Pablo, Perico estaba en el primer banco porque la viuda lo quiso así. Pero lo cierto es que Perico siempre ha estado en primera fila.