EL PULSO DEL PLANETA

El placer culpable de la manicura en Nueva York

Hacerse las uñas es un vicio irresistible en la Gran Manzana. Pero una serie de reportajes ha destapado los abusos que se cometen en los salones de manicura

El placer culpable de la manicura en Nueva York ABC

JAVIER ANSORENA

¿Habéis leído el artículo?», pregunta aterrorizada Kellan, una profesora de un colegio privado del East Village. En una cena íntima, sus amigas acaban de celebrar el aspecto de sus uñas, cortas y redondeadas, con un esmalte rosa palo algo brillante. Se refiere a un trabajo de investigación de «The New York Times» sobre las penosas condiciones de las trabajadoras de los salones de manicura, un vicio irresistible para miles de mujeres, y cada vez más hombres, de la Gran Manzana. El retrato que hace de este negocio ha monopolizado las conversaciones en una ciudad en la que hacerse las uñas es algo tan habitual como pedir comida china a casa.

Las uñas neoyorquinas son una extensión de la diversidad de razas, culturas y gustos de la ciudad. La «mani» (manicura) y la «pedi» (pedicura) resultan un pequeño lujo que se ha extendido entre todas las clases sociales en Nueva York. Los salones de manicura, con sus ventanales de cristal, luz cegadora y sillones amplios han proliferado de forma exponencial. En todo EE.UU., hay 17.000 salones. Nueva York acapara 2.000 de ellos, un número que se ha más que triplicado en la última década. El precio medio de hacerse las uñas en la Gran Manzana es de 10,50 dólares, la mitad que en el resto del país. Una ganga.

La facilidad para encontrar un salón y su precio han convertido a este tratamiento en un lujo accesible, tan barato que ni siquiera se renunciaba a él en los peores años de la crisis económica. Ahora, el artículo de «The New York Times» lo ha convertido, para muchos clientes, en un lujo culpable.

El reportaje apareció en dos partes. La primera explicaba el por qué de ese precio tan bajo: unas condiciones laborales infrahumanas. Muchas de las trabajadoras de los salones son inmigrantes ilegales, chinas o hispanas. Se les obliga a pagar una tasa de cien dólares nada más entrar a trabajar como concepto de «formación». Es habitual que después pasen meses sin cobrar un dólar, con jornadas de diez y doce horas al día, hasta demostrar su capacidad para esculpir y pintar uñas. Si consiguen un salario, es ínfimo, de unos 3 por hora, muy por debajo del salario mínimo oficial en Nueva York, 8,75 dólares por hora. El artículo relata abusos, bloqueo de salarios, apropiación de las propinas o discriminación contra las trabajadoras hispanas o negras (cerca del 80% de los salones los controlan coreanos, que privilegian a las trabajadoras de su mismo origen).

La salud en juego

La segunda parte, aparecida el pasado fin de semana, es todavía más preocupante: denuncia los problemas para la salud de las trabajadoras, entre quienes se repiten los casos de cáncer, abortos o de hijos con problemas de desarrollo por su exposición constante a los químicos que se aplican en las uñas.

El impacto de la investigación hizo incluso reaccionar al gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, que encargó una investigación de urgencia a los salones de manicura para aplacar los abusos y la redacción de nuevas normas de seguridad en el trabajo.

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