La Posada del León de Oro, de corrala a boutique exclusiva
La posada se ha convertido en un hotel boutique que conserva la estructura de la antigua corrala
Esta histórica casa de huéspedes es hoy un singular hotel boutique en la zona castiza de Madrid. La Posada del León de Oro, en la Cava Baja número 12 , esconde en sus centenarios muros muchas historias vividas por sus dueños y por los que allí se alojaron. Los hermanos Sanz Montero están al frente del negocio que ha ido heredando su familia desde su bisabuelo Hipólito. Antes, en 1880, esta fonda aparece a nombre de Manuel Fernández y un año después fue nombrada Parador del León de Oro, según los datos municipales. El edificio es probablemente de mediados del XVIII, lo que la convierte en la construcción más antigua de esta calle.
Julio Sanz Montero es el mayor de cuatro hermanos y goza de una gran memoria. Cierra los ojos y recuerda la antigua distribución del edifico, una antigua corrala , en el que vivió con su familia y llegó a dirigir a la muerte de sus padres. Relata también muchas anécdotas allí vividas y pormenores históricos del lugar. Según explica a ABC, el escudo de la fachada, de la orden de la Merced, se cree que proviene del convento que existía en la Plaza de Tirso de Molina «y fue vendido con la desamortización de Mendizábal». Sus bisabuelos Hipólito y Dionisia tuvieron tres hijos: Manolo, Teresa y Luis, su abuelo. «Mi tío abuelo Manolo era conductor de Renfe y una vez se quedó sin frenos y acabó dentro de la cantina de Atocha», cuenta como anécdota Julio. Su tía abuela Teresa vivió en la posada y estaba casada con Lorenzo, que era comunista. «Se suicidó al acabar la guerra, envenenándose, y dejó una nota diciendo que no podía vivir con el régimen». Muchos años después, tras las obras que se hicieron en el edificio, aparecieron dos botellas de vino y un cartel que decía «Viva la República».
«Creemos que sería de Lorenzo», comentan Julio y su hermano Ángel. Teresa casó en segundas nupcias con Gregorio, y al no tener hijos el negocio pasó a los sobrinos, entre ellos Carmen, la madre de Julio. Fue al morir Teresa cuando Carmen y su marido Julio se trasladaron a vivir a la posada con tres de sus cuatro hijos: Julio, Luis (fallecido hace unos años) y Mª Carmen. El pequeño, Ángel, se quedó con la abuela materna, «a escasos metros, en la posada de San Isidro». Ambos hermanos recuerdan lo feliz que fueron sus padres en esta posada, «eran otros tiempos, otra forma de vivir». Su padre, gran apasionado de los toros, «nos hizo trabajar a todos, no quería vagos en casa, y quiso darnos una buena educación».
Clientes de paso
Al principio esta posada recibía huéspedes de paso que se buscaban la vida, «sobre todo de los pueblos, muchos de Toledo», recuerda Ángel. Y luego estaban los que se quedaban largas temporadas , «los choriceros, queseros, laneros…colocaban sus productos en el piso de arriba, y allí los dejaban secar», añaden los hermanos. Con ellos la familia Sanz Montero estableció una buena amistad. «La posada no tenía servicio de cocina pero nuestra madre les cocinaba la comida que ellos compraban y en Navidad les invitaban a comer», cuenta Julio.
Además en las fiestas de La Paloma se hacía limonada y se invitaba a todos por los que allí pasaban. En total había 22 habitaciones, algunas individuales y otras con 3 o 4 camas, llegando a tener en todo el edifico 48 camas. Los hermanos Julio y Ángel recuerdan de forma especial a algún que otro personaje como Doña Ana y Anita, que estuvieron en la habitación 14 una larga temporada. Llegamos a la conclusión que la señora era la querida de alguien importante y se quedaron aquí hasta que la hija se casó con un pintor». Recuerdan los tiempos en los que sus padres revisaban a los huéspedes al salir porque había quien se enrollase las sábanas al cuerpo y se pedía el libro de familia cuando un hombre y una mujer se querían hospedar juntos. Fueron pasando los años y el barrio fue cambiando, también la clientela. «En los años 80 vinieron muchas personas a trabajar en la construcción a Madrid, desde Ciudad Real, y dormían aquí de domingo a jueves».
Julio hijo se hizo cargo de la posada al morir sus padres y allí estuvo viviendo y trabajando con su mujer y sus tres hijos. La habitación individual costaba 400 pesetas, la de dos amas 200 pesetas y la habitación para compartir 125 pesetas. Finalmente se decidió cerrarla en el 2001, «ya no era un negocio rentable y eran necesarias obras», cuenta Julio. Además se enfrentó a situaciones duras, como la muerte de un huésped a quien le dio un infarto. Inicialmente pensaron hacer apartamentos pero la estructura del edificio no permitía la distribución deseada y algunas casas serían muy pequeñas. «Nuestro hermano Luis es quien tuvo la idea del hotel y acabamos por invertir dinero de unas tierras de la familia en las obras», destacan los hermanos. Las obras se demoraron más de lo esperado, « por la muralla que está en la parte inferior que se pensaba que era árabe pero los restos pertenecen a la cristiana del siglo XI», y el presupuesto también subió mucho. Julio visitó las obras todos los días pero Ángel, al ver el atraso, acabó por no querer poner allí los pies hasta el día de la inauguración «y me emocioné al verlo. Y sienten que sus padres no hayan podido disfrutar de este nuevo proyecto familiar.
Hotel boutique
La Posada del León de Oro se reinauguró el 1 de diciembre de 2010 y es hoy un hotel de 17 habitaciones , todas ellas diferentes. Su director, Óscar Lucas, dirige igualmente el hotel vecino, la Posada del Dragón. «Son dos hoteles pequeños que se complementan y podemos compartir muchos servicios, acaba por ser muy rentable para ambos locales», afirma el director.
En el restaurante uno de los platos más solicitados durante casi todo el año (excepto los meses de calor) es el cocido. «En casa comíamos cocido de lunes a viernes y los sábados paella», recuerda Julio. Además hay platos tradicionales como el rabo de todo o el cochinillo con un toque sofisticado . Y todo un lujo es poder comer observando a través del suelo acristalado los restos del antiguo Madrid sobre los que se levanta el edificio. A la entrada del hotel, antes de pasar el restaurante, se encuentra la enotaberna , con barra y dos salones para tapear. Cuenta con más de 300 referencias de vino.
La quinta generación de esta familia la forman 14 primos . «Son muchos, y no sabemos lo que pasará en un futuro, pero de momento ninguno se ha preparado para llevar las riendas de la posada. Imaginamos que en algún momento se venderá», afirman los hermanos. Agradecidos por el legado que les dejaron sus padres, tratan ahora de disfrutar de este emblemático edificio que forma parte del Madrid más castizo.
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