Curiosidades de Madrid

La historia paralela de la «pelousse», la sala «VIP» de Madrid en los años 70

El Hipódromo de la Zarzuela fue un símbolo de la gente «bien», un testigo inmóvil de los cambios en la sociedad capitalina

Ambiente de lujo, en 1957 La «pelousse» fue durante medio siglo un importante punto de encuentro ARCHIVO ABC
Ignacio S. Calleja

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El Hipódromo de la Zarzuela , patrimonio histórico y cultural de Madrid desde 1941, esconde desde su nacimiento una crónica paralela a las carreras de caballos. Como pionero y referencia del «turf», es una narración de los avances de este deporte en España, pero también un testigo inmóvil de los cambios en la sociedad capitalina; la cita ineludible de los domingos.

La «pelousse», actualmente en obras para recuperar su apariencia original, que resucitará en junio, fue una sugerente pradera por la que desfilaron campeones, cronistas y curiosos. A solo unos metros del atronador galope de los caballos, a los pies la icónica grada Norte, se configuró como una suerte de sala «VIP» de la época ; un símbolo del Madrid «bien». Sin concesiones, gozó de esta reputación hasta 1996, cuando el cierre del hipódromo lo convirtió, como todo el recinto, en un lugar de paso y hozo para jabalíes. La nutrida hemeroteca de ABC, así como las crónicas de la fecha, lo retratan como un espacio único, representativo del elevado sentir general.

Inauguración del Hipódromo de la Zarzuela en 1941 ARCHIVO DE ABC

Obra de Carlos Arniches, Martín Domínguez y el ingeniero Eduardo Torroja , alcanzó su esplendor en los años 70. En 1968 se entregó el primer Gran Premio de Madrid tras la victoria de Merin D’Or, valorado en un millón de pesetas; un año después, se hizo la primera «foto finish» de España en una carrera de caballos; y en 1971 el Hipódromo celebró la primera prueba en la que los jinetes salían desde un cajón.

Cada detalle de su presente es un intento de homenaje a los orígenes y su naturaleza. Esta temporada, el tributo se centra en la «pelousse» y en la figura de Eduardo Torroja, autor de la tribuna, pero los guiños son abundantes. Los grandes premios son un ejemplo perfecto, como el Premio Atlántida , que recuerda a la yegua torda y sus espectaculares remates. Los caballos, a pesar de todo, nunca han dejado de ser el protagonista desde aquel 4 de mayo; tan lejos y a la vez tan cerca.

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