Alberto Varela - CRÓNICAS ATLÁNTICAS

Tradiciones

Tiene valor lo que hace diferente a un país, por eso es tan relevante el carnaval de Orense

Laza, Verín o Xinzo de Limia son las capitales de Galicia en Entroido y nadie debería pasar por este mundo sin haber disfrutado, al menos una vez, de que lo persigan los cigarróns, lo asusten las pantallas o de verse cubierto de barro y hormigas en el luns borralleiro, el punto álgido de las celebraciones tradicionales del Carnaval gallego. Son eventos interesantísimos, con muchísimo potencial turístico y que poco tienen que ver con otras fiestas parecidas, pero mucho menos originales, que se extienden por estas fechas con el apoyo expreso y entusiasta de las instituciones.

En este mundo globalizado en el que cada vez se parecen más un singapureño a un pontevedrés y un norteamericano a un noruego sólo podremos destacar si apostamos por lo auténtico, que en el caso del Carnaval son sus trajes tradicionales, sus orellas, filloas y cocido y no por los desfiles que son iguales aquí que en cualquier parte, y que se diferencian de una noche cualquiera de marcha sólo en que la gente va disfrazada.

Las cabalgatas con mascaritas de princesas, piratas o Dora la Exploradoras son muy divertidas y merecen respeto, pero carecen de la entidad y el gancho suficiente para tratarlos como fiestas de primer orden, porque no lo son.

Cuando viajamos a China o a Brasil lo que queremos ver allí es lo que los diferencia del resto del mundo, no los restaurantes de «fast food» o los aspectos que por mucho éxito que tengan son claramente copiados de otras culturas dominantes. Solo lo original tiene el poder de emocionar, también aquí en Galicia.

En un planeta interconectado como el nuestro lo que realmente tiene valor es lo que hace diferente a un país del resto, y por eso tienen tanta relevancia los carnavales de Orense. Ojo, porque lo mismo vale para la Semana Santa o para las romerías religiosas, celebraciones que tanta pereza le dan a las mismas administraciones encantadas con los disfraces. Llama la atención, además, que muchos de los que dicen ser nacionalistas sean a la vez detractores de las tradiciones que nos hacen únicos en el mundo.

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