LOS ÁNGELES DEL MAR
«Si Dios existe, ese día yo lo vi»
José Manuel sobrevivió a un naufragio que lo marcó de por vida y le enseñó a amar el mar
El enésimo temporal de lo que va de invierno en la costa gallega impide que la embarcación de la que José Manuel es patrón, el «Bismarck Un», salga a faenar. Lo bueno es que también pone en bandeja que este lobo de mar —hijo, y nieto de pescadores— se tome un tiempo para volver a aquel día de mayo de hace catorce años en el que creyó ver a Dio s . «Mayo es el mes más traicionero en la costa gallega», aclara José Manuel como aviso a navegantes. Esa mañana, él y dos marineros más faenaban en la costa de Porto do Son cuando, por una maniobra quizás arriesgada, su barco se puso de punta cargado de redes. «Solo me dio tiempo de gritar agárrate fuerte y entramos en la succión», explica . La violencia con la que la ola azotó el «Nueva Estela» fue tal que José Manuel y sus compañeros no tuvieron ni margen para coger los chalecos salvavidas y, en cuestión de segundos, se vieron en el agua abrazados a los flotadores. Hace una década no existían las radio balizas que avisan a los efectivos de emergencias de que el barco está en problemas, con lo que los tres tripulantes permanecieron a la deriva durante más de una hora. El agua estaba a doce grados y José Manuel extenuado y herido de gravedad en una pierna .
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Cuando ya no podía más, el patrón escuchó a sus espaldas el motor de un barco. Era la embarcación de un amigo que pasaba por la zona y que les acabó salvando la vida. «Si Dios existe, yo lo vi ese día» , afirma con rotundidad este marinero, acostumbrado a verse las caras con las corrientes y los oleajes. Enseguida llegó también la lancha de Salvamento Marítimo, que pilotaba otro conocido de José Manuel. «Nos metieron en la bodega y nos taparon con mantas. Hasta que no nos fuimos a abrazar no me di cuenta de que casi ni me podía mover del frío », recuerda.
Un campo de batalla
Esta experiencia, común a muchos de los que se ganan la vida faenando en la costa gallega, cambió la vida de José Manuel. Primero, explica, llega la impotencia y la preocupación por el qué dirán. «Que si no sabía por dónde andaba, que si arriesgué demasiado... le di muchas vueltas pensando qué habría pasado si hubiese actuado de otra manera », relata el patrón. Hasta que llegó a una determinación. «Si mi accidente hubiese sido el último, estaría contento. El mar hay que conocerlo y amarlo un poco porque es hostil, un campo de batalla», va hilando un razonamiento cargado de sentido común.
Después del naufragio, los contadores vuelven a cero y toca volver a empezar. José Manuel se quedó sin barco y tuvo que adentrarse de nuevo en la mar con un pequeño bote a bordo del que tardó en volver a sentirse intrépido. «Ya no me atrevía a meterme por donde me metía antes, veía romper una ola y claro...» , cuenta convencido de que las nuevas tecnologías con la que los pesqueros van equipados ahora pueden volver a salvarle la vida.
Dos más dos...
Además de las radio balizas, los barcos cuentan con distintos dispositivos que ofrecen a los centros de control su posición exacta y con un «botón rojo» que enciende todas las alertas , incluidas las de las embarcaciones que están en el radio de acción del barco en problemas. «Navegas con otra seguridad», aclara este marinero que igual carga sus redes con lubinas que con lenguado, caballas o berberechos. Aunque en el mar la experiencia es un grado —e igual un poco más— José Manuel tiene claro que lejos de la tierra «dos más dos no siempre suman cuatro». O lo que es lo mismo, «que, en el agua, todas las precauciones son pocas».